
Grecia acaba de dar un giro radical en su modelo laboral. Una reciente reforma aprobada por el Parlamento permite que ciertos trabajadores puedan extender su jornada hasta 13 horas diarias o acumular una segunda jornada dentro del mismo día, siempre que lo hagan de manera voluntaria y con compensación adicional. ¿En qué casos se podría replicar esto en Perú?
La medida, que busca dinamizar la productividad y adaptarse a esquemas más flexibles, ha encendido el debate global sobre los límites del trabajo y sus efectos en la salud, la motivación y el equilibrio personal.
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Mientras algunos economistas ven en esta decisión un intento de modernizar la rigidez del mercado laboral europeo, especialistas en salud organizacional advierten que podría agudizar problemas como el estrés crónico, el “burnout” y la desconexión emocional con la empresa.
En América Latina, donde los países discuten cómo reducir la jornada laboral -como ocurre en Chile, Colombia o Perú- la pregunta se invierte: ¿podría en algún contexto justificarse un incremento de las horas de trabajo? ¿O más bien es momento de repensar la productividad y los descansos desde un enfoque humano?
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El límite legal y el dilema de la productividad
En Perú, la Constitución Política establece que la jornada laboral no debe exceder las ocho horas diarias o 48 semanales. Sin embargo, la norma permite cierta flexibilidad en la distribución del tiempo, lo que en la práctica genera escenarios de jornadas más extensas.
El abogado laboralista Tino Vargas señala que el marco legal peruano no fija un tope máximo para las horas extras diarias, siempre que no se sobrepase el límite semanal.
“Eso crea una zona gris: hay empresas donde los trabajadores acumulan hasta 12 o 13 horas diarias por carga operativa o metas de producción”, explica.
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Según el especialista, el verdadero límite lo imponen las normas de seguridad y salud en el trabajo.
“La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha advertido que superar las 12 horas continuas eleva los riesgos de accidentes, fatiga y errores humanos. Una jornada de 13 horas -o 14 si se incluye el refrigerio- compromete tanto la productividad como la salud mental del empleado”, advierte.
Vargas recuerda que existen regímenes excepcionales en los que las largas jornadas son legales, como minería, hidrocarburos o agroindustria, donde se aplican esquemas acumulativos (por ejemplo, 14 días de trabajo por 7 de descanso). También hay trabajadores excluidos del control horario, como personal de dirección o de confianza, cuyo desempeño se mide por objetivos y no por tiempo.
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Sin embargo, insiste en que trabajar más horas no equivale a ser más productivo.
“El reto está en hacer más en menos tiempo. El teletrabajo ha demostrado que reducir traslados mejora el rendimiento sin afectar los resultados. No se trata de extender la jornada, sino de optimizarla”, indica.
Para Vargas, cualquier intento de reforma en el Perú debe partir de un principio básico: el equilibrio entre eficiencia y bienestar.
“No es trabajar menos por capricho ni trabajar más por obligación, sino encontrar un punto sostenible donde la productividad no se logre a costa de la salud”, concluye.
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El costo emocional de las jornadas prolongadas
Para la psicóloga organizacional Maritza Somocurcio, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Científica del Sur, una carga laboral prolongada tiene efectos negativos tanto psicológicos como físicos.
“Cuando una persona se ve expuesta a una jornada tan extensa, aumenta su nivel de estrés y se afectan funciones básicas como la concentración, la memoria y la toma de decisiones”, advierte.
Somocurcio explica que el cerebro necesita pausas para recuperar energía y mantener un rendimiento adecuado.
“Sin descanso suficiente, se alteran los ciclos de sueño y aparecen cambios bruscos de humor, irritabilidad, sentimientos de ineficacia y desmotivación. Las relaciones laborales y familiares también se deterioran porque el trabajador tiende al aislamiento o a reaccionar de forma impulsiva”, comenta.
A nivel físico, los efectos son igual de evidentes: contracturas musculares, fatiga crónica, disminución de las defensas y una mayor vulnerabilidad a enfermedades infecciosas o autoinmunes.
“El cuerpo puede resistir un tiempo, pero la mente pasa factura. El agotamiento emocional sostenido lleva al síndrome de burnout, donde el trabajo pierde sentido y aparece un cansancio mental permanente”, añade.
La especialista enfatiza que extender la jornada no garantiza mayor productividad.
“Asignar más horas no mejora los resultados de una empresa; al contrario, incrementa el ausentismo, la rotación y los riesgos psicosociales”, señala.
Por ello, propone construir una cultura organizacional basada en el bienestar integral, con liderazgo empático, comunicación abierta y programas de apoyo emocional.
“Los trabajadores son los pilares de toda organización. Si el colaborador está bien, la empresa crece y se fortalece. Por eso, no se trata de medir solo las horas de trabajo, sino la calidad de vida que permite sostener el rendimiento”, concluye.

Escribo sobre política, economía, defensa y afines. Nueve años contando historias y analizando problemáticas en prensa escrita, radio y televisión.