
El pasado 25 de noviembre, Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, se compartieron cifras, mensajes y campañas. Pero hay una forma de violencia que seguimos normalizando porque es más silenciosa, más solapada, más corporativa, pero absolutamente dolorosa: la violencia entre las mismas mujeres. Y aquí es donde Wicked, la famosísima historia que pasó de Broadway al cine —estrenada hace poco y que cuenta la verdadera historia de la supuesta bruja malvada del Mago de Oz— se vuelve una analogía perfecta para entender cómo funcionan las dinámicas de poder, prejuicio, envidia y éxito en el mundo laboral.
En Wicked, la historia no empieza en blanco y negro, sino en “ángulos”. Basta un giro, una cámara distinta, un chisme bien contado, para que una mujer pase de heroína a villana sin cambiar absolutamente nada de su comportamiento. Eso también pasa en las empresas y en los grupos de chats. Una mujer que destaca, que levanta la mano o que señala un trapo sucio institucional suele convertirse en “bruja” para quienes preferirían que nada se mueva o que no brille tanto. No porque sea mala, sino porque incomoda.

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Y lo más duro es que, muchas veces, somos nosotras mismas quienes empuñamos esa escoba y nos sentimos heroínas por señalar a la bruja malvada. Nos cuesta aceptar el éxito ajeno, celebrar el brillo de otra, reconocer el talento sin sentir que nos amenaza. Hay mujeres que no toleran que otra ascienda, lidere un proyecto o reciba crédito. Es el viejo pacto de “yo no vuelo si tú tampoco”. Una violencia sutil, pero igual de corrosiva.
Lo interesante es que Wicked nos obliga a hacernos una pregunta incómoda:
¿A cuántas mujeres hemos llamado brujas sin conocer la historia completa?
No vimos el ángulo correcto. No escuchamos su versión. No entendimos de dónde venía su fuerza, su rabia o su rebeldía. Nos quedamos con el rumor más conveniente, destruyendo con palabras honras, logros y enormes sacrificios.
Porque la violencia no es solo física o verbal. También es esa mirada que deslegitima, ese silencio que permite, ese comentario que minimiza; ese “qué egocéntrica”, ese “algo habrá hecho”, ese “está donde está por…”. Es el aplauso que no damos. Es la sospecha automática. Es la rapidez con la que juzgamos a otra mujer sin ensuciarnos los zapatos caminando su historia.
Lo que Wicked nos recuerda es simple pero urgente: nadie se vuelve bruja por casualidad. A veces lo único que hizo fue atreverse a ser distinta, a decir lo que otros callan, a proponer lo que incomoda o a no pedir disculpas por crecer.
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En esta semana en que hemos conmemorado la no violencia contra la mujer, no solo pensemos en las violencias estructurales —que son reales, dolorosas y urgentes—, sino también en las violencias que practicamos todos los días sin darnos cuenta.
La violencia que se disfraza de silencio administrativo cuando están asesinando la reputación de otra mujer, pero prefieres quedarte callada para no enfrentarte a las envalentonadas justicieras.
La que se esconde detrás del humor “negro”.
La que justificamos con un “así es el ambiente”.
La que corroe con tanta envidia que es capaz de inventar un personaje de terror al que detestar.
Si algo nos enseña Wicked, es que cambiar la historia no depende de esperar a que aparezca la heroína perfecta, sino de dejar de fabricar villanas entre nosotras.
Y quién sabe. De repente, si nos escucháramos más, si celebráramos más, si miráramos con el ángulo correcto, si dejáramos de juzgar por juzgar, descubriríamos que no se trata de brujas… sino de mujeres que lo único que quieren es, por fin, poder volar.

CEO de Boost y directora de Women CEO. Una de los 100 líderes con mayor reputación del país, según Merco. Autora de cinco libros de marketing.








