
Conozco a un alto ejecutivo del sector financiero que siempre ha combinado muy bien su profesión con su pasión por los deportes de mar y la fotografía. Comparte en sus redes sociales contenidos educativos sobre los océanos y sus habitantes, acompañados de imágenes realmente impactantes, casi todas tomadas por él. Destaca por la autenticidad de sus publicaciones, que no solo aportan conocimiento valioso y novedad distintiva, sino también un significativo contenido artístico para sus seguidores. Su material refleja muy bien la calidad profesional y humana que siempre lo ha caracterizado, en su misión de contribuir a la preservación de las maravillas naturales que recorre sin cesar.
¿Por qué les cuento esta historia? Porque creo que nunca está de más recordar la importancia de contribuir al crecimiento profesional y personal de quienes nos leen en redes. Cuando compartimos ideas que aportan, experiencias que enseñan, reflexiones que inspiran y contenido que, de alguna u otra forma, agregan valor, construimos confianza, conexión y credibilidad con quienes interactúan con nosotros virtualmente.
Y así, desde esa esencia de la comunicación con propósito —más allá del número de likes o de seguidores que podamos conseguir, que no son un fin en sí mismos ni deben serlo— vamos construyendo una marca personal auténtica y creíble. Lo que vale es la huella que dejamos en los demás: ellos nos percibirán, recordarán y valorarán en función de lo que comunicamos, hacemos y representamos.
Las redes sociales forman parte de nuestra marca personal, y generar valor real para los demás en ellas es clave para, ojalá, ganar un prestigio y una reputación asociada a nuestra integridad, carácter y valores.
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¿Consultorio emocional?
Sin embargo, en los últimos meses he observado una tendencia creciente en muchas personas que han convertido las redes en una especie de consultorio emocional. Publican largos párrafos narrando sus problemas, frustraciones o momentos difíciles con la esperanza de que su vulnerabilidad genere conexión, empatía y, por supuesto, más interacciones. Lamentablemente, en muchos casos esos textos podrían percibirse como esfuerzos vanos por captar seguidores: compartir emociones profundas en un entorno profesional no siempre podría producir el efecto esperado.
Si alguien necesita apoyo real —y todos lo necesitamos en algún momento— existen otras formas de obtenerlo, quizá con personas cercanas, profesionales expertos o guías espirituales que pueden brindar esa contención de forma adecuada y en el espacio correcto, que no son las redes, y menos aún las profesionales como LinkedIn.

¿Autobombo disfrazado?
También es cada vez más común el autobombo disfrazado en publicaciones que intentan mostrar logros o éxito personal bajo una apariencia de modestia calculada. El problema es que la audiencia suele detectar rápidamente esa intención encubierta. En un ecosistema digital saturado, la autenticidad impostada se siente de inmediato, pierde valor y termina generando el efecto contrario, impactando negativamente en la reputación de quien mal se representa a sí mismo.
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¿Humilde triunfador?
En este contexto, construir una marca personal sólida no pasa por exponer emociones al límite ni por maquillarse de “humilde triunfador”. La verdadera conexión con la audiencia se logra ofreciendo valor y siendo auténtico. A veces basta con compartir un buen artículo —propio o ajeno— para generar impacto desde el conocimiento y la experiencia real. Al final, la coherencia, la consistencia y la capacidad de aportar son los elementos que realmente construyen reputación en el largo plazo.
Esa es, para mí, la esencia de las redes sociales: agregar valor real a los demás desde el lugar en el que estamos. A veces es compartir un artículo ajeno que nos inspiró; otras, una reflexión propia que puede ayudar a alguien más.
Nada como comunicar desde el corazón, con verdad, pasión y un entusiasmo genuino, buscando siempre que lo que compartimos sea útil para otros antes que para nosotros mismos o nuestra marca personal.










