
En Kai Bai Bo, un café coreano de la Ciudad de México, Alejandra Chávez y Adriana Guzmán hablan de su pasión común mientras toman refrescos de gelatina de colores brillantes: BTS, el fenómeno pop mundial de Corea del Sur. “Fue un clic instantáneo”, comentó Chávez, de 23 años, que descubrió al grupo poco antes de la pandemia.
“Me hacen feliz”. Guzmán, de 24 años, asiente: “Me han cambiado la vida. Cuando dejo de escucharlos, me siento mal”. Estas dos jóvenes forman parte del capítulo mexicano del Ejército de BTS, un colectivo mundial de fanáticos que se moviliza como una máquina de campaña. Junto con otros voluntarios, organizan fiestas para ver transmisiones en directo, recaudan fondos para murales y explican las normas de votación a los recién llegados desconcertados por la mecánica de la comunidad de fanáticos del K-pop (que gira en torno a conseguir el voto para la banda en diversas encuestas y premios).
Su grupo incluso ha decorado barcos con arte temático de BTS. “A veces pagamos de nuestro bolsillo”, reveló Chávez. “Así demostramos nuestro amor”. Ese amor está floreciendo. Millones de mexicanos han desarrollado estima no solo por el pop coreano, sino por el anime japonés (películas, programas de televisión y videos de animación), así como por los idiomas, la comida, la moda y los valores de ambos países.
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Hay clubes de seguidores en la capital, escuelas de japonés en Aguascalientes y clases de cocina coreana en Querétaro. Lo que antes era un gusto de nicho se está convirtiendo en un apetito nacional.
La cultura japonesa fue la primera de Asia Oriental que encontró seguidores en México. Apareció cuando los programas de anime doblados empezaron a emitirse en la televisión mexicana a fines de la década de 1970, comentó Edgar Peláez, académico mexicano de la Universidad Lakeland de Tokio. El crecimiento real comenzó en la década de 1990.
La burbuja de precios de los activos de Japón despertó el interés mundial y, más tarde, su gobierno impulsó la cultura como forma de poder blando. En México, eso coincidió con la liberalización de la economía, la privatización de las emisoras estatales y la llegada de empresas jugueteras japonesas como Bandai, lo que provocó una avalancha de contenidos y mercancías.

Los estudios de doblaje mexicanos se convirtieron en centros regionales en los que se adaptaba el anime al público latinoamericano. La inversión extranjera también tuvo que ver en el auge. Nissan, un fabricante de automóviles japonés, abrió su primera planta de ensamblaje en Aguascalientes en 1992. La ciudad alberga ahora una gran comunidad japonesa, parte de la cual ha echado raíces, dando lugar a familias nikkei de segunda generación.
Más recientemente, la cocina japonesa se ha hecho popular. Takeya Matsumoto, quien dirige varios restaurantes en la Ciudad de México, afirma que cuando llegó de Japón en 2007 había muy pocos. “Ahora hay todo tipo de comida japonesa”, afirma.
Estas importaciones culturales parecen haber estimulado la demanda de viajes a Japón; en 2024, 150,000 personas volaron allí desde México, la cifra más alta registrada. Aunque estas llegadas desde México siguen siendo una cifra inferior en comparación con el número de personas que visitan Japón desde otros países, aumentaron un 60% desde 2023, el crecimiento interanual más rápido de todos los países.

El brote de Corea
La cultura coreana le siguió el paso a la de Japón para hacerse, en tal caso, aún más popular. En 2023, las exportaciones culturales mundiales de Corea del Sur ─incluida la música, los programas de televisión, las películas, la moda y los productos de belleza─ alcanzaron un valor récord de US$ 12,400 millones, según la Secretaría de Cultura del país, superando incluso las exportaciones de electrodomésticos.
México hizo lo propio. El Centro Cultural Coreano de la Ciudad de México afirma que se calcula que el número de mexicanos enamorados del hallyu, la ola de cultura coreana que empezó a arrasar en todo el mundo a partir de finales de la década de 1990, ha pasado de 6.7 millones en 2023 a más de 11 millones en 2024. Los cursos de coreano tienen una gran demanda. Los productos coreanos para el cuidado de la piel, antes difíciles de encontrar, se venden ahora en tiendas y supermercados. Es probable que los dramas coreanos aparezcan en las redes sociales junto con las telenovelas.
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Los mexicanos parecen sentirse atraídos por estas culturas por diferentes motivos. Muchos estudiantes de japonés aprenden porque quieren trabajar en ese país; otros quieren leer manga o prepararse para un viaje.
Muchos hacen hincapié en las partes más tradicionales de la cultura, como el origami o las ceremonias del té. Soraya Aguirre, de Cendics México, una escuela de idiomas de Aguascalientes, afirma que la demanda de clases de japonés ha aumentado en los últimos cinco años.
En cambio, los estudiantes de coreano suelen dejarse llevar por la cultura pop. Son más jóvenes y de sexo femenino. Muchos, como Chávez y Guzmán, aprenden coreano estudiando letras de canciones y videos de YouTube, en lugar de asistir a clases formales.

Es probable que el auge de las importaciones culturales continúe a medida que se profundice la relación de México con ambos países. Japón y México tienen un acuerdo de libre comercio desde 2005. Las empresas asiáticas han realizado grandes inversiones en el norte y centro de México. Corea del Sur y México están explorando nuevos lazos comerciales. Los esfuerzos diplomáticos ─desde becas hasta desfiles de taekwondo─ se están volviendo habituales.
China también está haciéndose presente en el país, aunque de otra manera. En ciudades como Aguascalientes, el interés por lo chino sigue siendo limitado, pero aumenta poco a poco, y está impulsado más por el pragmatismo económico que por el atractivo popular.
Los estudiantes aluden a las perspectivas de empleo y a los vínculos comerciales más que al fanatismo y al atractivo cultural. Se han abierto Institutos Confucio en varias universidades mexicanas. Pero, al menos por ahora, el poder blando de China en México es más de la sala de juntas que de la pared del dormitorio. En el fondo, las percepciones de los fanáticos mexicanos de la cultura asiática han cambiado. Según Chávez, ser fan de BTS solía provocar acoso; ahora, dice, por fin está de moda.