
Muchos inversionistas internacionales se preguntan ¿Cómo el Perú puede mantener un crecimiento positivo, una inflación baja y una moneda estable con toda la incertidumbre política que nos ha tocado vivir en los últimos años? Y es que no es normal que en solo 5 años hayamos tenido 6 presidentes.
Esto en otras partes del mundo habría provocado enormes desequilibrios, incidiendo en la capacidad de financiamiento del gobierno, el incremento de los niveles de deuda y probablemente una devaluación de la moneda. Aquí es donde uno debe preguntarse ¿Hasta cuando puede durar esta dicotomía entre lo que pasa en la política y en la economía?
Hay algunas razones por las que “no se notan” los efectos de esta incertidumbre. Quiero mencionar las que me parecen más relevantes. La primera, las precondiciones con la que Perú entró a este ciclo de idas y vueltas. Deuda baja (alrededor de 26% del PBI pre Covid), déficit fiscales controlados (entre -1% y -3% en los años negativos), un creciente nivel de ahorro interno de largo plazo (los montos administrados por los fondos de pensiones superaban el 26% del PBI) y un Banco Central con independencia y capacidad técnica comprobada.
La segunda, la coyuntura internacional. Luego de pasar por la dolorosa etapa del Covid-19 y sus efectos sobre el crecimiento e inflación, el mundo ha entrado en un proceso de desaceleración económica que puede simular una especie de “aterrizaje suave”. Las perspectivas son positivas para los precios del cobre y oro, los dos principales productos que exportamos en minería.

Los términos de intercambio están en niveles récord (superando el 11%), por lo que están entrando cada vez más dólares al Perú, fomentando la apreciación de la moneda (lo cual genera cierta estabilidad y tranquilidad en la población).
La tercera, la existencia de un “efecto relativo” al momento de juzgar cómo van las cosas. Recordemos que los empresarios peruanos estuvieron muy nerviosos cuando Castillo asumió el poder. La falta de capacidad para convocar buenos profesionales al gobierno generó un impacto muy fuerte en la confianza del inversionista en poco tiempo (recordemos que en solo cuestión de meses se fueron más de $20,000 millones del país, casi el 10% del PBI).
El hecho de que Castillo haya sido muy malo, incluso al punto de quebrar la ley, hizo que su periodo se acortara y que, “mal que bien”, entrara Dina Boluarte. Ella, continuó sin un rumbo firme, pero su presencia fue más “aceptable”. Se generó cierta “estabilidad” en algunas industrias y el empresariado se convenció de ver “el vaso medio lleno”. No con expectativas de una mejora importante en el manejo del país, pero sí con la idea de que el deterioro institucional y económico podría recuperarse con un próximo gobierno.
La percepción indicada en el último punto puede ser razonable. No obstante, sí debemos recordar que el detrás de cámaras preocupa. La falta de visibilidad ha hecho que las empresas se concentren en los últimos años en optimizar sus balances, generar eficiencias y devolver a los accionistas capital.
El estar preparado para un desvío electoral al “estilo” Castillo (o peor) ha sido parte de la gestión empresarial. Ahora, no todo es negativo, también es verdad que en el camino diversas empresas han preparado un set de oportunidades de crecimiento, proyectos que podrían implementarse, pero todo dependiendo de los resultados de abril 2026. No deberíamos esperar nada extraordinario en materia de inversiones en los próximos meses.
Las elecciones serán claves para determinar el futuro de la confianza del empresariado y el inversionista financiero. A diferencia de los últimos dos procesos (2016 y 2021), las elecciones de abril sí serán determinantes para (1) desatar un nudo en la inversión privada y generar confianza ó (2) reforzar la idea de que parte de las ganancias que se producirán en el Perú deben ser llevadas a otro lado y, así, diversificar el riesgo de un país que poco a poco se iría a la deriva.