
El año pasado México importó 2.34 billones de pies cúbicos de gas natural de Estados Unidos, casi un 40% más que en 2018. Este aumento no se debe solo a la creciente demanda de energía. El gas se ha convertido en la columna vertebral del sistema energético mexicano, pues se emplea para generar más del 60% de la electricidad, en gran parte en centrales de ciclo combinado.
El gas natural se considera un combustible “puente” en la transición de los países del uso de carbón y petróleo a la adopción de energías limpias. México ha aprovechado la situación envidiable de tener fácil acceso al suministro de gas natural más barato del mundo, que se produce justo al otro lado de la frontera, en Texas.
Por desgracia, esa misma situación crea tensión en el ámbito político para la presidenta Claudia Sheinbaum. Hasta principios del siglo XXI, México producía todo el gas natural que necesitaba.
Pero la coyuntura cambió cuando la demanda superó a la producción de Pemex, la compañía petrolera nacional de México. En ese entonces, puesto que tenía el monopolio del sector, solo producía gas como subproducto de sus operaciones petroleras, que eran más lucrativas.

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Cuando la producción de gas alcanzó su punto máximo en 2009 y se produjeron cortes de electricidad, el auge del esquisto en Texas fue la solución. México construyó nuevos gasoductos y la CFE, la empresa estatal de electricidad, empezó a producir cada vez más electricidad en centrales de ciclo combinado.
Las amplias reformas energéticas de 2013 deberían haber reducido la dependencia de México de las importaciones, pues se esperaba que abrir el sector petrolero y del gas a la inversión privada permitiera desarrollar la red de oleoductos y las instalaciones de almacenamiento.
Por desgracia, cuando Andrés Manuel López Obrador (el predecesor de Sheinbaum) asumió el poder en 2018, echó por tierra esos planes. López Obrador criticaba la dependencia, pero su pasión por el petróleo lo hizo apostarle más a Pemex a pesar del declive en la producción de sus yacimientos y el alza en sus deudas.
Encima, desalentó el uso de energías renovables y rechazó la fracturación hidráulica. No solo eso, sino que suspendió el pago de contratos de gasoductos, marginó al sector privado y desmanteló los organismos reguladores independientes del sector.
Sin el dinero y la experiencia de los extranjeros, se estancó la producción nacional de petróleo y gas. A medida que la dependencia se ha profundizado, ha pasado a primer plano en el debate político. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca avivó el temor de que pudiera suspender el flujo de gas.
En un sentido más general, lo que inquieta a Morena, el partido de Sheinbaum, es que la dependencia energética del exterior menoscaba la soberanía. ¿Debe preocuparse México? Trump ha demostrado que está dispuesto a utilizar como arma todas las herramientas que tenga a su alcance.
Sin embargo, en opinión de Óscar Ocampo, del IMCO, un centro de investigación de Ciudad de México, la idea de que vaya a cortar el suministro de gas a México es “absurda”: siempre alienta a los países a comprar más hidrocarburos estadounidenses, no menos.
Por otra parte, Luisa Palacios, experta en energía de la Universidad de Columbia, hace notar que México consume alrededor del 70% de las exportaciones estadounidenses de gas por gasoducto. La dependencia es mutua.
Muchos gobiernos se preocupan por la soberanía energética. Sin embargo, en el caso de México, algunos están convencidos de que esa no es la verdadera fragilidad. “El problema no es el proveedor. El problema es que no tenemos almacenamiento”, señaló Rosanety Barrios, exfuncionaria de energía.
Cuando el suministro falló durante una helada en Texas en 2021, las fábricas y los hogares mexicanos se quedaron sin electricidad en cuestión de horas. El país solo dispone de almacenamiento para dos días de demanda. En cambio, España tiene capacidad para almacenar el gas que se consume en 30 días y Francia, para más de 100.
Además, la dependencia del gas barato ha sido un “arma de doble filo”, subrayó Pedro Niembro, de la consultora Monarch, pues “ha frenado el desarrollo de nuevas energías renovables”. El Departamento de Energía de Estados Unidos calcula que México podría producir electricidad suficiente para cubrir sus necesidades cien veces.
Pero el año pasado las energías renovables solo generaron el 22% de la electricidad utilizada, por debajo del objetivo del 35 por ciento. En consecuencia, México no solo está expuesto a las oscilaciones del precio del gas, sino también rezagado con respecto a sus homólogos en la transición energética.
Sheinbaum comparte gran parte de la ideología energética de su predecesor, pero, por ser científica del clima, tiene ideas más realistas, algunas de las cuales podrían ponerla en desacuerdo con su partido Morena. Asumió el compromiso de incrementar la capacidad de almacenamiento, mejorar los gasoductos y elevar la producción nacional de gas alrededor de un 25% para 2030. También dio a entender que permitiría la fracturación hidráulica, aunque el jefe de Pemex lo negó de inmediato.
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Sesgo contra el sector privado

Sheinbaum es más favorable a las alianzas entre el sector público y el privado que su mentor, pero comparte la convicción de que las empresas estatales deberían predominar. Esa convicción pone en peligro el suministro.
A Pemex le falta efectivo y experiencia. Los yacimientos de gas en aguas profundas, como el de Lakach, que se está reactivando con la participación del magnate de las telecomunicaciones Carlos Slim, son costosos y de gran complejidad técnica.
Las empresas privadas están interesadas, pero las normas (y los amargos recuerdos de la época de López Obrador) hacen que se lo piensen dos veces. Ocampo dice que no ve la manera de que México sea competitivo.
Almacenamiento, mejores redes, políticas para mantener contentos a los inversionistas: el camino hacia una menor dependencia del gas natural importado parece claro. México debería construir depósitos y líneas de transmisión y reforzar su confianza… y quizá preocuparse menos por el flujo de gas.









