
Aruba, e isla felis, ta duna honor na su nomber (Aruba, la isla feliz, hace honor a su nombre). La isla no “vende” playas, ofrece una promesa de felicidad bajo un sol perpetuo y, así, sostiene su pequeña, pero robusta economía. Demuestra que el tamaño no limita la prosperidad, especialmente si se cuenta con el Caribe como telón de fondo y detrás del brillo de los hoteles de lujo en Palm Beach existe una infraestructura financiera cuidadosamente tejida donde el turismo no es solo una actividad, sino la base de un alto PBI per cápita, un pilar que el país protege con la misma ferocidad con la que el mar rompe contra sus puentes naturales.

Para Ronella Croes, CEO de la Autoridad de Turismo de Aruba (ATA), el dato es un mantra: “El 80% del PBI de Aruba depende directa o indirectamente del turismo”. El robusto sector turístico sostiene una economía donde el resto del PBI está sujeto a la inversión pública y, debido a la ausencia de una industria local diversificada, casi la totalidad de los insumos, desde los alimentos hasta los materiales de construcción, deben ser importados. Esta dependencia expone la fragilidad inherente a la vida insular, convirtiendo al turismo no solo en el motor, sino en el pilar que debe protegerse a toda costa.

El sol se volvió prosperidad
La aritmética es desproporcionada: con solo 110,000 habitantes, la isla recibió el año pasado a más de 1.4 millones de visitantes aéreos (más 850,000 cruceristas), cifra que se proyecta alcanzar los 1.5 millones a fin de este año. Aunque Estados Unidos es su foco principal, Latinoamérica consolida su presencia, representando entre el 10% y el 15% de los visitantes. Colombia lidera la región, impulsada por la apertura de rutas aéreas directas.
“El 2025 ha tenido un excelente comienzo, y nuestras proyecciones indican un crecimiento del 5% en el turismo para el año, lo que se traduce en un total de 1.5 millones de visitantes. Con ello, específicamente, esperamos recibir entre 160 mil y 170 mil visitantes procedentes de Latinoamérica este año”, afirmó Croes.

Perú, si bien es un mercado incipiente que aporta el 5% de los viajeros latinoamericanos, se perfila como un pilar por su volumen de grupos y viajes de incentivos (Business Incentives). “A junio de 2025 ya registramos un aumento del 4.6% en la afluencia de viajeros peruanos”, destaca la CEO.
Si bien el brillo de sus playas inmaculadas es el imán principal —es, al fin y al cabo, una isla—, Aruba ofrece un entramado mucho más rico. El turismo aquí concatena historia, una vibrante escena culinaria, expresiones artísticas y mucho más. Una crónica apenas puede reflejar del todo por qué estar en “la isla feliz” realmente hace honor a su nombre.
El “paquete completo”: historia y lujo consciente
Aruba es más que playas, es un “paquete completo” de cultura y tradición. La mayoría de arubianos habla hasta cuatro idiomas: papiamento, español, inglés y neerlandés, siendo este último la “herencia” de cuando fue colonia de los Países Bajos.
Susana de Ruiter, fundadora de Aruba Experience, encarna este espíritu. En su café en Oranjestad, restauró meticulosamente una antigua casa típica (cunucu house) de 169 años, buscando revalorar la zona de Emanstraat, Downtown. Es una mirada 100% al mercado local que, por el “boca a boca”, también atrae a turistas.


De Ruiter ha replicado esta premisa en cinco propiedades en la zona: el café, un alojamiento, un espacio para clases de cocina, oficinas/eventos y un lugar para almuerzo y cena, donde el clásico plato local, el Keshi Yena, no puede faltar. Su misión es poner en valor espacios que cuentan una historia, como la de la calle El Rancho, “donde está el principio de la historia de Aruba, la economía empieza en esa calle”.


Este espíritu de progreso se ancla en la visión de sostenibilidad, cuyo ejemplo más claro -pero no el único- es el Bucuti & Tara Beach Resort, consistentemente clasificado como uno de los mejores hoteles del mundo. Cresie Biemans, gerente del resort y nieta del fundador, lidera la filosofía de lujo consciente.
El resort es el primero y único en el Caribe certificado como carbono neutro desde 2018. Aunque el 20% de su consumo eléctrico proviene de fuentes renovables, el resto se compensa con green electricity credits, reflejando los desafíos insulares. La eficiencia va más allá: cada año evitan el desperdicio de 3.5 millones de galones de agua mediante un sistema de recolección y tratamiento con luz UVC, reusándola para el riego del paisajismo, y reducen la basura en un impresionante 65%.


Este enfoque atrae a un visitante exclusivo (la noche puede llegar a superar los US$ 800). Aunque el 80% de los huéspedes son norteamericanos (estadía promedio de 7 noches), el mercado latinoamericano es un tesoro, con viajeros que se quedan un promedio de 11 noches. “Tenemos parejas que vienen de Perú, amigos... No es igual de grande que Argentina, pero es un mercado de crecimiento”, comenta Biemans.
Un hito culinario reforzará esta visión: Biemans confirmó la próxima apertura de un restaurante de un chef con estrella Michelin, Jeremy Ford, en el hotel, que trabajará con granjeros y pescadores locales.

El reto de la comida: Una isla que importa su sabor
La inminente llegada de un chef galardonado con una Estrella Verde Michelin es un augurio de alta cocina, sí, pero la paleta gastronómica de Aruba va mucho más allá. Los sabores de la isla son un crisol amplísimo que se mezclan entre la tradición del Keshi Yena y la sofisticación de sus restaurantes internacionales.

La realidad de la isla –un territorio desértico con más turistas que habitantes– dicta una economía culinaria dependiente de la importación. Daniel Ferrara, Chief Strategy Officer de la corporativa Gianni’s Group, un arubiano de 40 años, conoce bien esta dinámica. Su empresa es importadora y distribuidora de alimentos, manejando una cadena de ocho restaurantes que atienden a casi 2,000 personas diarias.

“Gianni’s importa el 99.9% de lo que vende en sus restaurantes”, dice Ferrara. Los productos, que son sobre todo artesanales, provienen de Itala y Estados Unidos. Su tío, desde Nápoles, es el Chief Supply Chain Officer. Mensualmente, el grupo importa US$ 750 mil en alimentos, gestionando directamente el 60% de sus necesidades. El resto lo importan a través de terceros.
Si bien el corazón de la empresa fue el del sector restaurantes, en los últimos cuatro años Gianni’s ha expandido su negocio de importación y ha desarrollado una robusta infraestructura de producción local en un edificio de 7,000 m². Este espacio centraliza una fábrica de pastelería, panadería y pasta fresca, además de producir su propio gelatto.
“No tememos en educar a nuestros clientes”, afirma Ferrara, orgulloso de sus ocho establecimientos, entre ellos Gianni’s, Amore Mio y Daniel’s Steak House, el único certificado para Kobe Beef de Japón en la isla.


San Nicolás: cuando el petróleo se convierte en arte
El turismo es hoy el motor de Aruba, pero su historia económica se escribió con el áspero olor del crudo. En la década de 1920, la zona de San Nicolás, en el sur, albergó una de las refinerías más grandes del planeta, procesando petróleo venezolano y atrayendo una marea de inmigrantes que hicieron del distrito un crisol cultural.
Cuando la refinería cerró en 1986, el golpe fue sísmico, condenando a San Nicolás al ostracismo. El antiguo corazón industrial se hizo tristemente célebre como “la zona roja”.
Aquí entró Tito Bolivar, productor cultural y fundador de ArtisA (Arte es Aruba). Inspirado en un viaje a Colombia por la frase “Arte para la vida”, regresó con la misión de revertir el estigma a golpe de color. De a pocos, el arte invadió las paredes, desplazando a la prostitución. El pincel se convirtió en la herramienta de sanación.



Hoy, San Nicolás ya no es la capital del crudo, sino un lienzo a cielo abierto, una galería urbana donde murales de artistas de todo el mundo —provenientes de Holanda, Chile, México o Colombia— inundan cada esquina. La historia de San Nicolás es una crónica viva de cómo una comunidad, a través del arte y la persistencia, reescribió su propio destino, demostrando que un antiguo corazón industrial puede latir de nuevo, esta vez al ritmo vibrante de la creación.
¿Ser una isla sostenible? Sí, ser una isla sostenible
La deslumbrante oferta de Aruba explica por qué la isla caribeña proyecta recibir 1.5 millones de visitantes este año, con una cifra que promete ser aún superior en 2026. No obstante, en medio de este éxito, la isla se encuentra en una encrucijada marcada por dos retos estructurales: la persistente escasez de mano de obra y la impostergable meta de la sostenibilidad.
En un intento por paliar la falta de personal, este año se implementó un aumento en el salario mínimo por hora. Los trabajadores que cumplan una jornada de 40 horas a la semana vieron sus ingresos subir hasta los 2,007.05 florines mensuales (equivalentes a más de $1,200 USD). Sin embargo, esta mejora salarial no ha logrado atraer a suficientes interesados para cubrir las vacantes. El factor disuasorio es claro: el elevado costo de vida.
De hecho, figuras del sector como Ferrara de Gianni’s admiten que, al reclutar personal foráneo, deben subsidiar el alquiler de la vivienda, evidenciando cómo el alto costo anula el atractivo del incremento salarial.
Este panorama de altos costos contrasta con la data disponible (aunque desactualizada al último intento de medición AMPI de 2010), que mostraba que alrededor del 15% de la población vivía en pobreza multidimensional.
El segundo gran desafío es la sostenibilidad. La creciente masa de visitantes convierte el cuidado ambiental en una prioridad absoluta, impulsando una redefinición de su modelo turístico.
“Queremos posicionar a Aruba con un aspecto de alta calidad, aunque no diría de lujo. No queremos crecimientos en el mismo formato, como hasta ahora,” explicó Croes, de ATA.
La estrategia implica un giro para desvincular el éxito del volumen de turistas. El objetivo es crear nuevas y más ricas experiencias que generen un mayor gasto promedio por visitante, sosteniendo la economía a través de la calidad en lugar de la cantidad. La meta final es frenar el crecimiento imparable de llegadas, especialmente en un contexto donde la expansión de hoteles de lujo se topa con límites y la demanda de alojamientos como Airbnb crece exponencialmente. Esta firme intención se respalda con acciones concretas, como el cobro de un Sustainability Fee al ingreso aéreo, cuyos fondos se destinan prioritariamente al tratamiento de aguas residuales de la isla.
El atardecer en Aruba
Aruba ta un isla felis, no solamente ta honrá su nomber, sino tambe ta invitá bo pa bolbe. (Aruba es una isla feliz, que no solo hace honor a su nombre sino también te invita a volver).
El sol se va perdiendo en el horizonte, y sobre un catamarán me permito escribir estas últimas líneas en primera persona. ¿Volvería? Sí. Porque, más allá de la arena y el sol que invitan al regreso (una tentación a la que cede el 25% de los latinoamericanos y el 40% de los estadounidenses que repiten viaje), la verdadera promesa de Aruba, la isla feliz residirá en su capacidad de equilibrar la bienvenida constante con el cuidado de su propia casa. El desafío no es solo hacernos volver, sino asegurar que la belleza que buscamos siga intacta cuando lo hagamos.


Editora de Economía y coordinadora de ESG del diario Gestión. Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Con casi 10 años de experiencia profesional en el rubro.