
La reacción exacta de la agricultura a un planeta que se calienta cada vez más ha sido un área activa de investigación desde que se reconoció por primera vez el problema del calentamiento global de manera generalizada en la década de 1980. Un nuevo artículo, publicado esta semana en la revista Nature, pinta un panorama especialmente completo, aunque también desalentador.
En el primer proyecto que se ha realizado para predecir cómo se adaptarán los agricultores al cambio climático, con base en cómo lo están haciendo en el presente, los autores descubren que la producción de alimentos en los graneros actuales del mundo, como el Medio Oeste de Estados Unidos, será de las actividades más afectadas, aunque podría mejorar en las regiones septentrionales que actualmente son menos productivas, como Canadá, China y Rusia. Y aunque las medidas de adaptación ayudarán a compensar algunas pérdidas globales, no será suficiente en absoluto para evitarlas en general.
Este proyecto es el resultado de ocho años de trabajo del Climate Impact Lab, un grupo de investigadores en su mayoría estadounidenses. El estudio se centró en los seis cultivos básicos responsables de dos tercios de las calorías del mundo: yuca, maíz, arroz, sorgo, soya y trigo.
Excepto en el caso del arroz (que se espera se beneficie del aumento de las precipitaciones en todas las regiones en las que se cultiva y parece responder mejor a las medidas de adaptación), el proyecto reveló que el aumento de las temperaturas y la mayor frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos provocarán una disminución del rendimiento de todos los cultivos básicos de aquí a finales de siglo.
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Los autores concluyen que, por cada grado adicional que aumente la temperatura promedio a nivel mundial, los alimentos disponibles para consumo disminuirán 120 calorías por persona por día (alrededor del 4.4% de la ingesta diaria recomendada).
“Estas cosas son difíciles de calcular”, afirmó Timothy Searchinger, experto en agricultura y economía de la Universidad de Princeton que no participó en el estudio. Searchinger quedó impresionado con el análisis del equipo, pero señala que sigue habiendo incertidumbres importantes.
Este trabajo es una mejora respecto a proyectos anteriores, que a menudo suponían que los agricultores no se adaptarían para nada o se adaptarían a la perfección, adoptando nuevas tecnologías y estrategias con facilidad, independientemente del costo y la disponibilidad. Ninguna de las dos hipótesis es realista. De hecho, los agricultores hacen lo mejor que pueden con los medios que tienen a su disposición, pues cambian de variedades de cultivo o aumentan el riego artificial cuando es posible.
Los investigadores del Climate Impact Lab intentaron plasmar esta realidad. Dado que los agricultores enfrentan limitaciones drásticamente diferentes según su ubicación y posición económica, tratar de establecer modelos para respuestas individuales sería “casi imposible”, señaló Andrew Hultgren, autor principal del estudio y economista de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign.
En cambio, los autores elaboraron un modelo estadístico para la adaptación existente, basado en cómo han cambiado ya los rendimientos de más de 12,000 regiones en 54 países ante el aumento de las temperaturas. Proyectaron este modelo a futuro hacia un clima aún más cálido.
Estos expertos estiman que, en un escenario en el que el mundo reduzca sus emisiones ligeramente más rápido que su trayectoria actual, las labores globales de adaptación harán poco para aliviar las reducciones de rendimientos.
En un futuro sin medidas de adaptación, los rendimientos en general se reducirían un 8.3% para 2050 y un 12.7% para 2098 (en comparación con un punto de referencia hipotético en el que el clima no cambia). Con medidas de adaptación, las reducciones pasan a ser del 7.8% y el 11.2%, respectivamente.
Los autores predicen que las consecuencias se sentirán con mayor intensidad en los extremos del espectro de ingresos. El estudio prevé que para el 10% más pobre de estas regiones (medido según el PBI per cápita), la reducción general de la capacidad de producción de alimentos a finales de siglo será de aproximadamente el 13% en un escenario de emisiones reducidas (y de hasta el 28% en uno con emisiones elevadas). Por su parte, se prevé que el 10% más rico experimente reducciones superiores al 19% y al 41%, respectivamente.
Es probable que el descenso en las regiones más pobres se deba a que los agricultores ya producen cultivos con rendimientos relativamente bajos, y es probable que las medidas significativas de adaptación resulten inasequibles.
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Los autores consideran que podría ser aún más difícil implementar medidas de adaptación en las regiones ricas. Gran parte de la agricultura en lugares como el cinturón maicero estadounidense depende de que vastas extensiones de tierra se destinen a un único cultivo.
Esto hace que la adaptación sea extremadamente difícil y al mismo tiempo que el fracaso sea muy costoso. (Las costosas pólizas de seguro que han ayudado a proteger a estos agricultores de fracasos repentinos, como tras sequías u olas de calor, bien podrían resultar inasequibles a medida que el mundo se caliente).
Aunque sufran los agricultores de ambos extremos de la distribución de ingresos, en última instancia los más pobres serán los que pasen hambre. La mejor manera de minimizar ese daño es mantener el flujo de alimentos lo más abierto posible, afirmó Solomon Hsiang, director del Laboratorio de Políticas Globales de la Escuela de Sostenibilidad Stanford Doerr (y autor principal del estudio reciente).
“Ya no vemos tanta hambruna como antes y, en muchos casos, eso se le ha atribuido a la globalización del comercio de alimentos y a la eliminación de muchas barreras políticas”, concluyó. “Aumentar la apertura al comercio es una de las mejores estrategias de adaptación”.