
Más de una decena de islas, formadas hace millones de años, emergen del Océano Pacífico a 1,000 km de la costa ecuatoriana. Desde 1959, el 97% de la superficie de las islas se ha designado parque nacional, para preservar animales y plantas poco comunes. Bienvenidos a las Galápagos. Esa sensación de santuario está desapareciendo.
En 2024, el archipiélago recibió 279,300 visitantes, diez veces más que la población local y seis veces más que en 1993. En las islas principales, donde se concentra la mayor parte de las llegadas, la aglomeración se ha vuelto difícil de ignorar.
La basura en los senderos y el aire fétido debido a la mala gestión de las aguas residuales despojan gran parte del encanto idílico que inspiró a Charles Darwin para desarrollar su teoría de la evolución. El año pasado, el gobierno de Ecuador reaccionó. Las tarifas de entrada, sin cambios desde 1998, aumentaron de 6 a 30 dólares para los ecuatorianos, y se duplicaron hasta los US$ 200 para los extranjeros.
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Ecuador hace bien en cobrar una tarifa similar a la de los parques de Disney en Estados Unidos, opinó Guillermo Lasso, expresidente. Un año después, ¿ha mejorado la situación? Hasta ahora, la subida de las tarifas no ha disuadido a los visitantes.
En el primer semestre de 2025, las islas recibieron a 2,803 turistas más que en el mismo periodo del año anterior. Puede que a Ecuador le venga bien. Su gobierno está tan interesado en recaudar dinero como en reducir los daños al medioambiente. Planea gastarlo en conservación y en mejorar la infraestructura de las islas, que es deficiente.
En 2024, los ingresos del parque alcanzaron la cifra récord de US$ 22.1 millones, un 23% más que en 2023. En 2025, las autoridades prevén ingresos de US$ 39.6 millones. La Unesco, que considera las Galápagos patrimonio de la humanidad, ha calificado de “eficaz” la subida de las tasas.

Pero sus detractores afirman que el dinero se gasta mal y rara vez beneficia a la población local. Los isleños también quieren que continúe el turismo, pero con otras condiciones. Más de cuatro quintas partes de los galapagueños dependen del sector para cubrir sus gastos, que son un 80% superiores a los del continente. Pero el crecimiento ha reportado pocos beneficios a la población local.
“Quiero arreglar las carreteras, asegurar el agua... nada extraordinario”, comentó Rolando Caiza, alcalde de la isla de San Cristóbal. También quieren evitar que las islas deriven hacia el tipo de desarrollo excesivo que se observa en otros destinos que antes eran exóticos. Caiza señala a Cancún y Hawái como ejemplos.
Algunos lugareños ofrecen viajes que van más allá de la costa, como excursiones guiadas a los volcanes y agroturismo en el altiplano, poco visitadas. Jackeline Murillo espera atraer visitantes a su granja para que conozcan la vida rural. Hay motivos para esperar que estos esfuerzos tengan éxito.
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En 2007, la Unesco incluyó a las Galápagos en su lista de especies en peligro, y alegó la presencia de especies invasoras, la pesca ilegal y el desarrollo incontrolado. El gobierno respondió con límites al número de visitantes y el refuerzo de las inspecciones de cargas, así como exigiendo permisos para la construcción turística.
En 2010, las islas fueron retiradas de la lista. Mateo Estrella, ministro de turismo de Ecuador, afirma que los problemas actuales son graves, pero controlables. “No creo que vuelva a ocurrir”, insistió.








