
En 1971, la barrera que separaba San Diego de Tijuana era un poco de alambre de gallinero. Incluso eso era demasiado para Pat Nixon, que en ese momento era primera dama. Cuando visitó la playa en el extremo suroeste de California, decidió que quería conocer a los mexicanos que hacían fila para saludarla. Así que pidió al alcalde de Tijuana que derribara la valla.
“Espero que esta sea una playa común”, dijo. “Como somos tan buenos amigos de México, no creo que necesitemos una frontera”. Ese lugar acabó conociéndose como Parque de la Amistad. Las familias que no pudieran reunirse legalmente en ninguno de los dos países se encontrarían en la valla. John Fanestil, un pastor metodista que vivía en el lado californiano, lo visitaba todos los domingos.
“Podías comprar un taco a través del muro”, recordó. En 2011 empezó a organizar con regularidad una “iglesia fronteriza”. Los feligreses compartían tortillas y jugo de uva. Pero, poco a poco, el acceso al parque se fue restringiendo. El muro se convirtió en dos muros, y cada vez más altos. Las horas de visita disminuyeron.
Hoy las dos mitades del Parque de la Amistad son un despliegue de contrastes. La parte mexicana está llena de vida. Vibrantes murales adornan el muro y los vendedores ofrecen churros a los bañistas. El lado estadounidense está vacío; es una zona militarizada.
Fanestil solía entrar de vez en cuando para protestar contra la separación. “No tengo planeado hacerlo”, dijo, con Donald Trump en la presidencia. Además, son pocos los que intentan cruzar. En la frontera, los “encuentros” entre migrantes y agentes de la Patrulla Fronteriza empezaron a disminuir durante el último año de la presidencia de Joe Biden. Tras la toma de posesión de Trump se desplomaron al nivel más bajo en décadas.
En Tijuana, los trabajadores humanitarios dicen que los refugios para migrantes, antes desbordados, están en su mayoría vacíos, aparte de los mexicanos que huyen de la violencia en sus ciudades de origen. No parece que se trate de una breve tregua.
Casi nadie viaja hacia el norte a través de la región del Darién, una selva en la frontera entre Colombia y Panamá que se convirtió en una vía para los migrantes de todo el mundo que tienen la intención de solicitar asilo en Estados Unidos. Incluso ha comenzado una pequeña migración inversa.
Al menos 15,000 personas, en su mayoría venezolanos, han regresado a Sudamérica desde enero. Trump se atribuye la victoria en el asunto que lanzó su carrera política hace una década. “En nuestra frontera sur, hemos repelido con éxito una invasión colosal”, declaró a la ONU el mes pasado. Muchos expertos en fronteras se muestran escépticos sobre la eficacia de la represión por sí sola.
Sostienen que la frontera entre Estados Unidos y México es tan larga (3,145 km) y los coyotes (traficantes de personas) tan astutos, que la gente siempre encontrará nuevas formas de cruzarla. Ese argumento se ha mantenido… hasta ahora. El gobierno de Trump ha puesto todo el poder del gobierno federal al servicio de la lucha contra la inmigración ilegal.
Su enfoque “es en capas, como una cebolla”, aseguró Adam Isacson, de la Oficina de Washington para América Latina, un grupo de expertos. Los soldados, el endurecimiento de las penas para quienes cruzan la frontera, la crueldad performativa de las deportaciones de migrantes que sin juicio terminan en la cárcel en El Salvador y la prohibición del asilo se refuerzan mutuamente.
El organismo de la ONU encargado de las migraciones entrevistó en México a migrantes que habían partido hacia Estados Unidos y luego cambiaron de parecer. La mayoría citó las restricciones fronterizas, los cambios de política y el miedo a la deportación como sus razones para no cruzar. El planteamiento del gobierno puede resumirse en un mensaje que publicó en un canal oficial de WhatsApp: “Ni lo intentes”.
En primer lugar, hay que considerar el poderío militar desplegado para disuadir la supuesta invasión. No es raro que los presidentes de uno u otro partido envíen tropas para ayudar a la Patrulla Fronteriza en tareas logísticas o de vigilancia. Este gobierno ha ido más allá.
El presidente ordenó al Departamento de Guerra (como se le conoce ahora) que anexionara algunos terrenos fronterizos y uniera esas parcelas a bases militares cercanas (y a veces no tan cercanas). La Ley Posse Comitatus impide a los soldados detener a la gente, una tarea reservada a los policías. Pero la idea es que, si un inmigrante cruza la frontera y entra en esos terrenos anexionados, los soldados puedan detenerlo por invadir propiedad militar.
Esta no es la única medida militar disuasoria. Los vehículos blindados Stryker y los aviones de vigilancia antisubmarina son ahora elementos característicos de las zonas fronterizas. La ley One Big Beautiful Bill, aprobada en julio, incluye casi US$ 47,000 millones para seguir construyendo el muro y equiparlo con cámaras y sensores.
Mike Banks, jefe de la Patrulla Fronteriza, insinuó que la presencia militar no será permanente. “Volveremos a un punto en el que controlaremos la frontera sin la ayuda de todo este apoyo”, dijo hace poco. Sin embargo, una retirada total parece poco probable.
En segundo lugar, el gobierno está enfrentando con más severidad a quienes todavía se atreven a cruzar. Los encuentros en la frontera han disminuido, pero los fiscales federales acusan cada vez a más inmigrantes de haber entrado en el país de manera ilegal. Hay indicios de que la amenaza de cargos penales redujo la probabilidad de que los inmigrantes intentaran cruzar la frontera varias veces durante el gobierno de Obama. En aquel entonces, la Patrulla Fronteriza lo llamaba “ejecución de medidas disuasorias”.
El tercer principio de la estrategia fronteriza estratificada de Trump se aleja de la aplicación de medidas disuasorias y opta por las demostraciones de crueldad. En este gobierno, el proceso rutinario de deportar a alguien —una parte normal de la aplicación de la ley de inmigración de cualquier gobierno— ha cambiado. Agentes encapuchados detienen a personas en las esquinas, las retienen (a menudo en condiciones miserables) y, en ocasiones, las trasladan a un país que nunca han pisado.
Los migrantes de Baja California les dicen a los trabajadores humanitarios que tienen miedo de ser encarcelados indefinidamente en Estados Unidos o enviados a una prisión salvadoreña. ¿Por qué arriesgar la vida para cruzar la frontera solo para vivir con miedo? En la base de toda la estrategia fronteriza está la prohibición de asilo de Trump. Los migrantes podrían esquivar a los soldados y arriesgarse a ser procesados si eso significara que podrían asegurarse una fecha de audiencia y un permiso de trabajo. Esa vía ya no existe.
En una orden ejecutiva firmada en su primer día en el cargo, Trump alegó que la “invasión” de Estados Unidos por parte de los migrantes le permitía prohibir el asilo. En la orden admite que la mayoría de los presidentes han utilizado la autoridad legal que él reclama para prohibir la entrada en el país a pequeños grupos de personas, pero argumenta que su poder se extiende a restringir el acceso a partes enteras del sistema de inmigración del país. Este argumento se ha impugnado ante los tribunales.
Un panel de tres jueces del tribunal federal de apelaciones en Washington dictaminó hace poco que el gobierno no puede deportar a personas a un país donde se enfrentarían a la tortura, pero permitió que la prohibición de asilo se mantuviera en vigor mientras se litiga el caso. Los jueces citaron Trump contra Hawái, un caso de 2018 que confirmó la prohibición de viajar a Estados Unidos desde una lista de países, como precedente de deferencia judicial al presidente cuando la política de inmigración y la seguridad nacional están entrelazadas.
“Los tribunales ciertamente parecen inclinados a encontrar resultados de consenso en los que no tienen que declarar completamente ilegales las acciones de Trump”, explicó Denise Gilman, experta en derecho de refugiados de la Universidad de Texas en Austin. También hay otros factores en juego. México también adoptó una postura severa con los migrantes para quedar bien con Estados Unidos.
Los migrantes dentro de México empezaron a viajar menos para evitar que los detengan y los envíen a ciudades del sur cercanas a Guatemala. En la actualidad, llegar a Tijuana es toda una hazaña. ¿Durará? “Si los tribunales anularan la prohibición de asilo, creo que es muy posible que viniera mucha más gente”, comentó Andrew Selee, del Migration Policy Institute.
Mientras tanto, los inmigrantes en México se atrincheran y abandonan los albergues para alquilar una habitación. Pero el atractivo de Estados Unidos es fuerte. Muchos haitianos que echaron raíces en Mexicali, en la frontera, se marcharon a Estados Unidos cuando Biden abrió una vía para ellos en 2023. Puede que los migrantes no puedan vencer a Trump ahora mismo, pero pueden esperar a que termine su presidencia.