
Cuando Donald Trump regresó a la Casa Blanca había un temor generalizado de que su gobierno buscaría socavar el papel internacional del dólar. Hoy eso parece un recuerdo lejano.
El gobierno está aclamando las “stablecoins” en dólares (un tipo de criptodivisa diseñada para mantener un valor estable) como una oportunidad para ampliar el ámbito de la moneda, porque cada moneda está respaldada por un activo seguro basado en el dólar.
Al parecer, la Casa Blanca está sopesando la posibilidad de animar a otros países a pasarse al billete verde. La idea va más allá de economías con graves problemas como Argentina, los típicos candidatos a esta política. Incluso los grandes países ricos se están poniendo nerviosos. Funcionarios del Banco de Inglaterra y del BCE han advertido de los peligros de la dolarización digital.
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El atractivo para Estados Unidos es sencillo. Más usuarios del dólar reducirían los costos de endeudamiento de su gobierno y sus empresas. La primacía del billete verde ya reduce la rentabilidad que exigen los extranjeros para invertir en Estados Unidos entre uno y dos puntos porcentuales al año. Este “privilegio exorbitante” crecería a medida que más países adoptaran el dólar o más extranjeros tuvieran monedas estables en dólares.

En el extranjero, la posibilidad de dolarización puede ser una fuente útil de disciplina. El dólar ofrece una reserva de valor para quienes huyen de la inflación causada por políticas económicas laxas, como los muchos argentinos con colchones llenos de divisas fuertes. Cuanto más accesibles hagan las “stablecoins” al dólar, más difícil les resultará a los gobiernos controlar el movimiento de capitales e inflar su deuda.
En algunos lugares, la dolarización es la única vía hacia la estabilidad de precios a largo plazo. Tanto Ecuador como El Salvador, que están dolarizados, han disfrutado de una inflación baja incluso cuando estaban dirigidos por izquierdistas populistas.
¿De monedas estables al dólar?
Sin embargo, Estados Unidos no debería seguir una agenda a favor de la dolarización. En las economías estables, la dolarización es innecesaria; además, conlleva costos. Las economías dolarizadas importan la política monetaria de la Reserva Federal en lugar de fijar la suya propia, lo que dificulta la lucha contra las recesiones.
Al no poder crear dinero, es más difícil apoyar temporalmente al sistema financiero durante una crisis. Una transición a las monedas estables en dólares podría ser caótica, con corridas bancarias y colapsos. Los países hacen bien en defender su soberanía monetaria, y a Estados Unidos no le interesa que sus aliados lo culpen de las turbulencias.
La dolarización también tiene un lado oscuro para Estados Unidos. Irónicamente, el estatus del dólar es la principal razón por la que puede aplicar una política fiscal despreocupada, con deudas netas del 100% del PBI y un déficit presupuestario de alrededor del 6%.
Si una mayor parte del mundo utilizara dólares, se retrasaría el momento en que fuera necesario un ajuste fiscal. Eso puede parecer algo bueno si trabajas para el Departamento del Tesoro. Sin embargo, cuanta más deuda acumule Estados Unidos, peor podría ser una eventual crisis. El país podría enfrentarse a lo que otros temen: una corrida contra su moneda, pero a una escala épica.
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Arreglar el presupuesto es mejor que encontrar más compradores para la deuda estadounidense. Evitaría el peligro de crisis y haría más probable que perdurara el estatus de moneda de reserva de Estados Unidos. También evitaría una flagrante contradicción en la agenda de Trump: que un modelo de elevada deuda y dolarización global significa casi con toda seguridad mayores déficits comerciales, algo que el presidente detesta. Las entradas de capital son en gran parte el reflejo del déficit comercial. Por eso los halcones comerciales del gobierno desconfían del estatus global del dólar.
Es un alivio que haya prevalecido el bando prodólar dentro del gobierno. El billete verde no se ha recuperado mucho del pánico que siguió a los aranceles del “Día de la Liberación” de Trump, y los inversionistas ahora son más cautelosos que antes ante el riesgo en dólares sin cobertura. (En un momento dado, se barajaron impuestos a los inversionistas extranjeros).
Sin embargo, eso no significa que la Casa Blanca deba corregir en exceso y buscar la dolarización donde sea innecesaria y no deseada. La mejor manera de hacer atractiva su moneda es aplicar una buena política económica en casa.

The Economist, con sede en Londres, publica sobre la economía desde un marco global.









