
Era solo cuestión de tiempo: tras seis meses de ignorar a Brasil, el presidente de EE.UU., Donald Trump, finalmente intervino en su política.
Trump anunció el miércoles un arancel del 50 % sobre los productos brasileños a partir del 1 de agosto, vinculándolo a los problemas legales de su amigo y aliado conservador Jair Bolsonaro. Los gravámenes se debían “en parte a los insidiosos ataques de Brasil a las elecciones libres”.
“La forma en que Brasil ha tratado al expresidente Bolsonaro, un líder muy respetado en todo el mundo durante su mandato, incluso por Estados Unidos, es una vergüenza internacional. Este juicio no debería celebrarse”, escribió Trump, en referencia al caso, que dirige el juez del Tribunal Supremo Alexandre de Moraes, contra Bolsonaro por su presunto intento de golpe de Estado tras su derrota en las elecciones de 2022.
Más allá de que Estados Unidos mantiene un superávit comercial con Brasil y muchos de sus productos ingresan sin aranceles: la andanada de Trump, que siguió a varios disparos de advertencia esta semana mientras Brasil acogía una cumbre de los países del BRICS, es una torpe intromisión en la política, la justicia y la economía del país, a solo 15 meses de las elecciones presidenciales.
Aunque aún están por verse todas las consecuencias de este enfoque de la Casa Blanca, el ganador inmediato del ataque de Trump es el némesis de Bolsonaro, el presidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva.
Permítanme explicarles.
El temperamental exlíder sindical lleva meses provocando a Trump, instándole a “pensar” antes de hablar y acusándole de “intentar convertirse en emperador del mundo”, entre otros dardos que han quedado sin respuesta. Que Trump haya mordido el anzuelo en este momento es un regalo para Lula, que ha basado su carrera en culpar a los estadounidenses de todas las desgracias de sus gobiernos y del mundo.
Primero, porque Lula está cerca de su nivel más bajo de aprobación en sus tres mandatos como presidente, por lo que necesita recuperar la iniciativa.
Segundo: el ataque de Trump se produjo justo cuando Lula inició un enfrentamiento con el Congreso, lo que en la práctica dio la largada a la campaña presidencial antes de las elecciones de octubre de 2026. Para un gobierno que ha hecho de los impuestos a los ricos y los ataques a las élites su tema central, ¿qué mejor que una pelea con el Tío Sam?

Tercero: las amenazas surgieron tras una deslucida cumbre de los líderes del BRICS en Río de Janeiro, lo que dio al gobierno brasileño una oportunidad para contraatacar a quienes califican al grupo de irrelevante.
Puede que Trump no se haya dado cuenta, pero su arrebato contra Brasil se parece mucho a su ataque contra Canadá: amenazó con aranceles desmesurados, se burló de su soberanía e interfirió en sus asuntos internos. Esto avivó el nacionalismo y cambió el rumbo de unas elecciones que parecían perdidas para el Partido Liberal.
Algo similar podría ocurrir en Brasil, donde Lula aspira a ganar un histórico cuarto mandato el año que viene, a pesar de su baja popularidad y las penurias económicas.
Por eso la gestión de Lula en esta crisis será crucial: su primera reacción fue firme pero escueta, prometiendo “reciprocidad económica” si los aranceles entran en vigor. Es un tono muy diferente a su respuesta antes esta semana, tras el primer mensaje de Trump, en que le acusó de interferir en los asuntos de Brasil: “Opina de tu vida y no de la nuestra”, dijo Lula.
Brasil haría bien en tomarse su tiempo y no avivar las tensiones que podrían perjudicar aún más su economía, como hizo el presidente de Colombia, Gustavo Petro, en su propio enfrentamiento con Trump.
Según Goldman Sachs Group Inc., las exportaciones de Brasil a EE.UU. representan el 2% de su PBI, por lo que los aranceles de Trump podrían reducir entre un 0.3 % y un 0.4 % el PBI del país, sin tener en cuenta ninguna represalia significativa.
¿Por qué Trump entró en la pelea ahora, más allá de sus simpatías hacia Bolsonaro? La Casa Blanca dijo que el presidente siguió de cerca la cumbre BRICS; es posible que haya querido recordarles a todos que la oposición del grupo al gobierno de EE.UU. tiene un costo. (Antes del anuncio de los aranceles a Brasil, Trump también amenazó con imponer un arancel adicional del 10 % a cualquier país que se alineara con “las políticas antiamericanas de los BRICS”).
Además, desde que se mudó a EE.UU. este año, Eduardo Bolsonaro, el tercer hijo del expresidente, ha estado susurrando al oído de los funcionarios de la Casa Blanca sobre las desgracias de su padre. El juez Moraes también tiene enemigos poderosos en Washington, lo que complica aún más las cosas.
Pero sean cuales sean las razones, si Trump pensaba que sus amenazas ayudarían a Bolsonaro y perjudicarían a Lula, debería pensárselo dos veces. De hecho, el mayor perdedor de todo esto es Tarcísio de Freitas, gobernador de centroderecha de São Paulo y aliado de Bolsonaro, quien en las últimas semanas había reforzado su posición como candidato a la presidencia el año que viene en sustitución de su mentor, quien no puede presentarse por motivos legales. Freitas es el favorito del mercado y los empresarios, que lo ven como una versión más técnica y menos polémica de Bolsonaro.
Pero con su intervención, Trump debilita las posibilidades de la derecha de derrotar a Lula en las elecciones, distrayéndola de la organización de una campaña presidencial sólida. Las súplicas de Bolsonaro a Trump para que acuda en su rescate son un intento desesperado por despejar su camino hacia las elecciones, una posibilidad que sigue pareciendo muy remota.

Si finalmente se aplican los aranceles, que perjudicarán a los productores brasileños, el expresidente podría ser acusado de buscar apoyo externo para resolver sus problemas personales, sin importarle las consecuencias para su país. Aunque las encuestas muestran una carrera muy reñida, Lula tendría más posibilidades de ganar en una revancha con Bolsonaro que si se enfrentara al centrista De Freitas.
Esto es solo el comienzo de lo que promete ser una serie de enfrentamientos entre la Casa Blanca y Brasil: veamos cómo reacciona Trump si Bolsonaro es detenido. Sancionar a Moraes, una idea planteada por el secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, sería otro error al intentar influir en los acontecimientos de una de las democracias más grandes del mundo.
Estados Unidos debería sopesar los costos y beneficios de un enfoque tan torpe: a veces, la forma más inteligente de Washington de promover sus intereses es simplemente dar un paso atrás y dejar que las cosas sigan su curso, centrándose en la diplomacia silenciosa en lugar de arriesgarse a una reacción impredecible.
Ese es un riesgo que también enfrenta la administración Trump en otros países de América Latina, como México y Colombia, donde recientemente ha retirado a su máximo representante diplomático. Es posible que Washington quiera acelerar los cambios en estos países para asegurarse aliados y políticas más afines, pero solo conseguirá que sus esfuerzos se vuelvan en su contra, como sin duda ocurrirá en este caso.
Por Juan Pablo Spinetto