
Cerca de la famosa playa de Copacabana, en medio de espectaculares vistas del océano y las montañas, se alza una extraña estructura de hormigón: es el Museo de la Imagen y el Sonido, un proyecto que busca rescatar el rico patrimonio cultural de la ciudad. Cuando me mudé a Río de Janeiro a finales de 2010, carteles en el sitio anunciaban su inminente apertura. Casi 15 años después, el edificio sigue sin terminarse.
Bienvenidos a Brasil, la tierra de los proyectos interminables y los contratos increíblemente complejos. Si bien el retraso de este museo puede tener razones particulares, la reputación del país como uno de los lugares más difíciles del mundo para hacer negocios es bien merecida: basta con preguntar a la siderúrgica Ternium SA, que lleva años luchando en los tribunales contra su rival Cia. Siderúrgica Nacional SA por una adquisición anunciada en 2011. O al multimillonario caído en desgracia Eike Batista, cuyo espectacular colapso en 2013 sigue siendo objeto de recurrentes demandas judiciales y sentencias. Los ejemplos son tan abundantes como los árboles en la selva amazónica.
A solo 16 meses de las elecciones generales, es probable que el papel del Estado y el grado de libertad para el sector privado estén en el centro del debate electoral. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva y su Partido de los Trabajadores serán, sin duda, los abanderados del gasto público y un enfoque intervencionista.
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Pero hay espacio para que candidatos promuevan ideas más afines al modelo libertario de Javier Milei, en la vecina Argentina, con propuestas que incluyan recortes del gasto, eliminar impuestos y regulaciones innecesarias, y condiciones más favorables a la inversión privada.
A pesar de reformas importantes en pensiones, impuestos y legislación laboral, Brasil sigue siendo un entorno desafiante para hacer negocios. La superposición de tributos, las regulaciones erráticas y la asfixiante burocracia colocan al país entre los más difíciles en el ranking Global de Complejidad Empresarial.
Como han señalado diversos comentaristas, esta es una de las razones por las que el “liberalismo de la abundancia”, que promueve políticas pro-crecimiento para alcanzar la prosperidad, podría resonar entre los brasileños.

El sistema judicial agrava esta percepción, con cambios constantes en la interpretación legal o fiscal que no solo retrasan la resolución de disputas, sino que también minan la confianza en el marco jurídico.
Milei ha abordado estos problemas creando un Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado, con facultades para eliminar entidades públicas y flexibilizar reglas que afectan sectores como las aerolíneas o los alimentos frescos.
Aunque aún no está claro el efecto de estas medidas, buscan facilitar la vida de empresas y familias. Es una estrategia que los asesores políticos de Brasilia o São Paulo deberían observar con atención.

Sin embargo, el elefante en la habitación de Brasil sigue siendo el insostenible déficit presupuestario. Nadie propone recortes drásticos como los de Milei —cinco puntos del PBI en un año—, en parte porque gran parte del gasto brasileño es constitucionalmente obligatorio. Además, Brasil no está en una crisis financiera como la que enfrentaba Argentina a fines de 2023, antes de la llegada de Milei al poder.
Pero, como advirtió Moody’s Ratings la semana pasada, la enorme irresponsabilidad presupuestaria de Brasil se vuelve cada vez más difícil de ignorar. Lo bueno es que el rechazo al despilfarro fiscal ya empieza a influir en las preferencias electorales. Una encuesta reciente de AtlasIntel para Bloomberg News muestra que la opinión pública considera las cuestiones presupuestarias de Lula como notablemente peor que el de su antecesor, Jair Bolsonaro.
En un contexto global de mayor incertidumbre y menor crecimiento, la presión para ordenar las finanzas públicas cobra fuerza en países desde Chile hasta Francia. La reacción negativa al reciente aumento del impuesto a las transacciones financieras, tanto entre legisladores como empresarios, sugiere que la paciencia con la estrategia fiscal de Lula podría estar agotándose.
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Un Congreso cada vez más conservador está perfilando una agenda más favorable a los recortes. Por primera vez desde el regreso a la democracia en los años 80, se vislumbra un espacio político para que esa tendencia se afiance de cara a las elecciones, afirma Reginaldo Nogueira, director de la Ibmec Business School de São Paulo.
“Nunca ha habido un momento más favorable para ello”, me dijo. “No habrá un Milei en Brasil, pero habrá políticos que suavizarán su discurso para transmitir un mensaje similar a favor de la reducción del gasto y la burocracia en Brasilia”.
La angustia fiscal también explica por qué, pese al desempeño estable de la economía brasileña —con 15 trimestres consecutivos de crecimiento, la racha más larga desde 1996—, los votantes no están satisfechos ni reconocen los logros del gobierno de Lula. Es cierto que el desempleo volvió a caer en abril y el gasto social sigue firme. Pero la inflación y las altas tasas de interés, provocadas por las deficiencias fiscales, empañan las perspectivas económicas.
Brasil quizá no tenga un candidato malhablado, con motosierra y peinado extravagante para las elecciones del próximo año. Pero las ideas de Milei estarán muy presentes en la campaña y en las urnas.
- JP Spinetto es columnista de Bloomberg Opinion y cubre temas relacionados con los negocios, la economía y la política en América Latina. Anteriormente, fue editor jefe de economía y gobierno de Bloomberg News en la región.