
Escribe: Omar Mariluz Laguna, director periodístico
A Dina Boluarte no le alcanza el sueldo. Y no, no es una metáfora.
El Ejecutivo ya evalúa más que duplicar el salario presidencial -de S/ 16,000 a S/ 35,568- y el Gabinete entero ha salido en fila a justificarlo como si se tratara de una emergencia nacional. ¿La base del pedido? Supuestos informes “técnicos” de la PCM, el MEF y SERVIR… que, por alguna razón, han sido declarados confidenciales. Aparentemente, a más plata, menos transparencia.
Pero el verdadero problema no es el sueldo, sino el patrón. Porque si realmente a Boluarte no le alcanza el dinero, muchas cosas empiezan a encajar. Que haya recibido relojes Rolex de su “Wayki” Wilfredo Oscorima ya no parece un escándalo de corrupción, sino una forma alternativa de compensación.
Que se haya sometido a una cirugía estética sin pagarle al doctor Mario Cabani, como él mismo declaró ante la Fiscalía, deja de ser abuso de poder para convertirse -según su defensa- en un “acto de cortesía”. Solo que, en lugar de pagar con Yape, se paga con influencia, como reveló al Ministerio Público Patricia Muriano, exasesora de la presidenta.
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¿Y cómo responde su defensa legal? Con una frase que ya debería imprimirse en camisetas: “Fue una cortesía”. El honor de intervenir el rostro presidencial, dicen. Lástima que la Ley 28024 prohíbe expresamente que funcionarios con capacidad de decisión reciban dádivas o “cortesías”. No por gusto se promulgó en el 2003: para evitar que el Estado se maneje como un club de favores entre amigos influyentes. O “Waykis”.
Pero ni eso importa. La Fiscalía ya ha presentado la semana pasada cinco denuncias constitucionales contra la presidenta: entre estas, una por los relojes, otra por la operación. Y mientras eso se investiga, el país observa cómo el Gabinete se convierte en un equipo de acrobacia lingüística dispuesto a justificar todo con un admirable nivel de flexibilidad…ética.
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Aquí no hay casualidades. Boluarte no solo acepta regalos, sino que arrastra consigo a todo un sistema que normaliza el privilegio, que convierte el beneficio indebido en “atención”, y que parece creer que gobernar es una especie de canje constante entre poder y “cortesías”.
Entre Rolex “prestados”, operaciones “de cortesía” y ministros que hacen malabares retóricos para justificar lo injustificable, queda claro que lo que no le alcanza a la presidenta no es el dinero… es la vergüenza.
Y así llegamos al punto cumbre: subirle el sueldo a la presidenta no es una política pública, es una estrategia de contención. Tal vez el Consejo de ministros espera que, con más de S/ 35 mil al mes, Boluarte ya no necesite joyas de prestado, cirugías gratis ni amigos con favores. Como quien lanza una soga a una presidenta que no se ahoga en deudas, sino en su propia falta de límites.
Porque lo que no le alcanza a Boluarte no es el dinero. Es vergüenza.
Y lo que no nos debería alcanzar a nosotros es la indiferencia.