
Escribe: José Martínez Sanguinetti, fundador de Sothys Capital
El orden mundial, organizado en torno a los Estados Unidos como potencia hegemónica, está evolucionando hacia uno multipolar. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989, la República Popular China ha emergido como un contrapeso fuerte al poder estadounidense, mientras que la Unión Europea comienza a modificar su rol pasivo en la esfera global que ha mantenido desde finales de la Segunda Guerra Mundial.
Los desafíos al dominio de EE.UU. son diversos. Alemania, bajo el canciller Olaf Scholz, ha lanzado un ambicioso plan de expansión fiscal, destinando 500 mil millones de euros a la defensa y la infraestructura. Al mismo tiempo, China ha implementado tarifas similares a las que EE.UU. había impuesto para sus exportaciones. Francia ha invitado a investigadores e intelectuales estadounidenses a trasladarse a universidades francesas, mientras que el Reino Unido, aliado cercano de EE.UU., impuso tarifas a ciertos productos estadounidenses en respuesta a los aranceles del 10% sobre sus exportaciones.
A pesar de esta creciente multipolaridad, los poderes dominantes siguen encontrando maneras de llegar a acuerdos, independientemente de sus diferencias. Las confrontaciones comerciales entre EE.UU. y otros países han derivado en acuerdos preliminares que aseguran la continuidad del comercio internacional. La economía global está unida por lazos que ni las mayores disputas comerciales pueden deshacer fácilmente.
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EE.UU. también demuestra interés en negociar acuerdos favorables. Los aranceles impuestos han sido relajados o postergados. Sin embargo, EE.UU. enfrenta un doble problema financiero complejo. Su déficit en cuentas externas es del 4.5% del PBI, y el déficit presupuestario asciende al 6.5%, uno de los más altos del mundo. Con una deuda equivalente al 124% de su PBI, EE.UU. necesita poner en orden sus cuentas fiscales, siendo los aranceles una fuente de ingresos para el fisco que permite mantener impuestos internos más bajos.
El efecto reductor de importaciones de los aranceles es, de hecho, incierto. Si los países contraparte imponen medidas retaliatorias, como ha ocurrido con China y el Reino Unido, o si devalúan sus monedas —el peso mexicano ha caído un 25% desde las últimas elecciones de EE.UU.— el efecto “protector” de los aranceles se ve comprometido. No obstante, incluso cuando no tienen éxito en reducir importaciones, los aranceles generan mayores ingresos para el fisco.
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Frente a esta situación, América Latina corre el riesgo de quedar rezagada. Son muchas las oportunidades que se presentan desde todos los frentes. Desde EE.UU., muchos países de la región se benefician de la tasa mínima de arancel del 10%. Por su parte, China ha incrementado sus inversiones en la región para diversificar sus fuentes de importación de alimentos, construyendo puertos en Brasil y planeando una extensa red ferroviaria que conectará el nuevo terminal ubicado en Santos, estado de São Paulo, con el puerto de Chancay en Perú. Desde Europa, también llegan constantes llamados a la integración y cooperación, en particular, con España. Esta nueva realidad multipolar representa para América Latina tanto una enorme oportunidad como un desafío que debe ser enfrentado con estrategia, institucionalidad y visión de futuro.
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El futuro del continente dependerá de su capacidad para navegar en este complejo escenario global en el que emergen nuevas corrientes de poder.