
Escribe: Jose Pedro Martínez Sanguinetti, fundador de Sothys Capital
El estancamiento de América Latina no es un ciclo pasajero. Es el resultado de déficits estructurales que nos condenan al último lugar en el mundo emergente. En lo que va de este siglo, mientras otras regiones crecían rápidamente, nosotros hemos mantenido una trayectoria de crecimiento casi inexistente. Lo más alarmante es que, a pesar de tener condiciones internacionales favorables (precios de exportación históricamente altos), las proyecciones de crecimiento para los próximos cinco años apenas superan el 2% anual.
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La fragilidad institucional y el peligro social
Este bajo crecimiento se vuelve una amenaza social explosiva al combinarse con una población joven y estados débiles, una mezcla históricamente funesta para la paz social y la seguridad y que usualmente deriva en diversa formas de violencia.

La raíz del mal es clara, como lo sugiere el trabajo del Premio Nobel Daron Acemoglu. Nuestros Estados se sustentan en instituciones débiles y maleables, diseñadas históricamente para la extracción de recursos, pero incapaces de sostener un pacto social legítimo. Esta falta de autonomía institucional impide garantizar la continuidad y el orden necesarios para una democracia y una economía de mercado funcionales.
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El resultado es la “captura del Estado”: las instituciones se convierten en medios para que intereses particulares se impongan sobre la mayoría. Esto deriva en que la no conformidad con ese Estado se convierta en una estrategia racional: ¿por qué ajustarse a un Estado fallido que no garantiza seguridad, justicia ni servicios básicos?
Informalidad, PTF cero y la asfixia de la Innovación
En el ámbito económico, esta no conformidad se traduce en altos niveles de informalidad (70% o más en algunas economías). Esta informalidad deteriora los mercados de trabajo, de capitales y de conocimiento, y deriva en el uso ineficiente de los recursos.
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La consecuencia se ve en las cifras de crecimiento. Mientras en Estados Unidos la Productividad Total de los Factores (PTF) —el indicador de la innovación y el ingenio— ha explicado el 50% o más de su crecimiento histórico, en América Latina la contribución de la PTF ha sido cercana a cero o negativa. Lo poco que crecemos se debe a esfuerzo (acumulación de factores), no a ingenio.
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La verdadera prosperidad, según el también Premio Nobel Philippe Aghion, se basa en la “destrucción creativa”: el reemplazo constante de lo obsoleto por lo productivo. Pero esta fórmula exige un Estado fuerte y justo. La fragilidad institucional lo impide. El Estado, al no proteger la propiedad ni el Estado de derecho, asfixia la innovación. El éxito atrae la extracción, no la inversión.
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Para romper este patrón, debemos reconstruir nuestras instituciones. El foco debe estar en restaurar la legitimidad estatal. Solo cuando el ciudadano perciba que el Estado honra su parte del trato, se podrán construir las instituciones inclusivas que permitan a la innovación, el motor real del crecimiento, finalmente prosperar.
