
Escribe: Jorge Zapata Ríos, presidente de la CONFIEP
A seis meses de un nuevo proceso electoral, nos enfrentamos ante una encrucijada, quizás la más crucial de los últimos años. Los caminos que se bifurcan los conocemos. Ya hemos transitado por ellos, por lo general por los que conducen cuesta abajo, empeñándonos en darle vigencia a la descripción que alguna vez se hizo sobre nuestra realidad: “un mendigo sentado en un banco de oro”. Los US$ 64,000 millones en minerales enterrados bajo nuestro suelo no pueden ser más elocuentes. El déficit de infraestructura por US$ 140,000 millones, los S/ 43,000 millones en obras abandonadas, la corrupción y el crimen organizado que nos desbordan abonan sobre la penosa realidad.
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La receta para retomar el rumbo adecuado pasa por acortar trámites que no generan valor alguno, por construir obras utilizando mecanismos eficientes, por prohibir el derroche en proyectos que no van a ver la luz, por desterrar la corrupción y por combatir con eficacia la criminalidad. Con estos mínimos objetivos podemos empezar a soñar con otra realidad. Para ello elegir bien es —hoy más que nunca— una obligación. El voto informado es una responsabilidad ineludible de todo ciudadano. Y la participación de los empresarios una necesidad impostergable, pues las economías ilegales sin duda que intervendrán.

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El debate electoral debe virar hacia una agenda desarrollista, dejando de lado los ataques personales. Ciudadanos y empresarios debemos involucrarnos más, demandando y aportando a que el debate de ideas se haga realidad. La polarización no es la mejor forma de hacer política, no sé si sea una buena aliada para obtener victorias pírricas, pero nunca para gobernar correctamente. En ese sentido, conviene al país que los candidatos alejen de sus discursos los antis.
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Hace unos días una política, hoy imputada, intentó defenderse esgrimiendo un concepto novedoso: “me corrompí para evitar la corrupción”. La inédita justificación es de las más sorprendentes que hayamos oído; a pesar de que sobre declaraciones delirantes en la política peruana hay antología. El fin justifica los medios, pero en este caso con una variante: con tal de cerrarle el paso al enemigo todo vale. Esa forma de ver la política es tan real como el movimiento más extendido en el Perú de hoy: el anti.
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El problema está en que al movimiento de marras no hay forma de encontrarle elementos positivos. No construye, no propone, no articula y no dialoga. Por el contrario, nos presenta una “declaración de principios” en la que los verbos: insultar, difamar y destruir se llevan el protagonismo. Y eso es precisamente lo que no necesitamos para sacar al país adelante. Las consecuencias de estas luchas feroces entre gente de similar catadura moral, pero diferenciada por supuestas convicciones, son las que históricamente nos han conducido a ser el país de las oportunidades perdidas o el mendigo sentado sobre el banco de oro. Pero somos los ciudadanos los que podemos cambiar la historia. Es necesario que pasemos a la acción exigiendo propuestas a los aspirantes. De no hacerlo nos pasaremos los próximos cinco años, una vez más, en modo queja.