
Hace unos días nos dejó Mario Vargas Llosa, indiscutible genio literario que deja obras que nos interpelan como sociedad. El más claro ejemplo es sin duda “Conversación en la Catedral”, que retrata un Perú en medio de una dictadura, desgastado por la corrupción, el abuso de poder, la desigualdad y una sociedad sin ninguna esperanza de cambio que muchas veces hace de cómplice. Aunque esta obra lleva casi 60 años de publicada, mucho de lo crudamente expuesto se siente aun dolorosamente vigente, con consecuencias directas sobre el bienestar y la economía de todos los peruanos.
Vargas Llosa era un crítico acérrimo de los regímenes autoritarios y de su capacidad para corromperlo todo y paralizar a la sociedad. En la actualidad, aunque en democracia, nuestras instituciones están cada vez más deterioradas y el apoyo ciudadano a la democracia como sistema de gobierno es de los más bajos de la región. Actualmente, menos de la mitad de los peruanos apoyan la democracia y el 52% aceptaría la llegada de un gobierno autoritario si este resolviera los problemas del país. Detrás de ello están los bajísimos niveles de aprobación que tienen diferentes autoridades e instituciones como el Congreso, el Poder Judicial, la Policía, etc. Ante un Estado que no resuelve y los problemas que avanzan -en particular, la inseguridad ciudadana-, muchos prefieren la famosa “mano dura” antes que las libertades democráticas. El gran riesgo es que quizás estemos dando por sentado el vivir en una democracia. Una revisión rápida de nuestra historia basta para reconocer el peligro de perder libertades.
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Leer sobre Cayo Bermúdez trae a la mente un par de palabras que hoy vemos constantemente en nuestros análisis políticos: corrupción e impunidad. La corrupción no solo se traduce en costos contables, sino que deteriora los objetivos de la política pública, resquebraja la confianza institucional y afecta el comportamiento del ciudadano. En el 2024, la corrupción e inconducta funcional nos costaron más de 24 mil millones de soles, según la Contraloría. Es decir, por cada sol de presupuesto ejecutado, casi 13 céntimos se perdieron. Pero el problema nos abarca a todos: un reporte de Proética mostró que 1 de cada 5 peruanos solicitó un favor para conseguir trabajo o facilitar trámites y que 7 de cada 10 consideraban que los actos de corrupción son aceptables si ayudaban a acceder a servicios públicos y agilizar trámites.
Si creemos que la conducta oportunista no tendrá consecuencias, es menos probable que confiemos en nuestras instituciones o en los demás. Según el BID, esta desconfianza obstaculiza el crecimiento empresarial, trae más burocracia e informalidad y reduce la productividad. Como sabemos, estos son problemas estructurales de nuestro día a día, con nuestra baja productividad ralentizando nuestro potencial de crecimiento y de creación de empleos de calidad. Mientras que en los países más desarrollados (OCDE) el 42% de las personas confía en la mayoría, en el Perú, este indicador se reduce a 12%. La falta de confianza también abre paso al populismo. El acceso a información incompleta o sesgada contribuye a la polarización. El populismo, que nos dice lo que queremos escuchar más allá de los argumentos y la evidencia, ya le ha hecho suficiente daño a la política y economía de este país.
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Sin confianza, tampoco hay cooperación. Un ejemplo claro es la confianza en la policía: si los ciudadanos consideran que denunciar cae en saco roto y dejan de hacerlo (como efectivamente ocurre), se cuenta con menos información para mapear y atacar adecuadamente los problemas más importantes. La corrupción sumada a esta inoperancia contribuye al avance de la inseguridad que tanto nos aqueja hoy y al lamentable avance de las economías ilegales en el funcionamiento de nuestra política.
Pero no todo es gris: un estudio de Paul Lagunes en coordinación con Proética mostró con un experimento cómo la vigilancia ciudadana sí tenía la capacidad de reducir los niveles de corrupción en obras públicas. Los ciudadanos tenemos la capacidad de hacer la diferencia y la política pública, sin duda, tiene un amplio espacio de mejora. Recuperar confianza y fortalecer instituciones no es un camino directo y sencillo. Se requieren reformas pendientes, transparencia y espacio para la cooperación ciudadana.
Así, 56 años más tarde, el Perú sigue enfrentando muchos de los retos expuestos en la obra de Vargas Llosa. Las instituciones débiles, la falta de confianza y el agravamiento de los problemas tienen a muchos ciudadanos inmersos en el escepticismo, en el “así son las cosas”, en el mundo de Zavalita. Y aunque no tengo respuesta a su pregunta más celebre, propongo que -para avanzar- la replanteemos: ¿Cuáles son los pasos para reconstruir nuestra confianza y cuál es nuestro rol en ellos? Tenemos varias conversaciones pendientes.