Un país desencantado de sí mismo

Cuando un país carga una mochila tan pesada, sus ciudadanos toman decisiones que sólo ahondan la situación. Por ejemplo, la mayoría de los jóvenes con un caudal de educación apuntarán a emigrar creando una pérdida en el capital humano acumulado que irá a ser productivo en un país diferente del que invirtió en ellos. Esto es una pésima noticia como país.

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Lo mismo pasó con el capital financiero que se fue espantado por la amenaza de un gobierno que más que de izquierda, diríamos, improvisado, con ideas trasnochadas. La semana pasada se fue uno de los economistas más importantes, Robert Solow, quien es conocido por hacernos entender algo que hoy parece obvio: el progreso de las naciones es simplemente el fruto de los capitales financieros y humanos puestos en uso. Mientras más acumulemos, más factible será el progreso. Es decir, estamos manejando en reversa. Se van los capitales, y con ellos nuestra esperanza de progreso. Es un círculo vicioso que debería resonar como un campanazo.

Estos días hemos visto como la decadencia de otro país, Argentina, se ha sacudido y ha iniciado un proceso duro de ajuste fiscal (vivir gastando lo que se tiene) y de ajuste estructural (muchos sectores económicos dejarán de vivir de las rentas que le sacan al Estado). Este proceso se caía de maduro hace varios años, pero como hemos dicho antes, la urgencia de lo necesario sólo aparece como inevitable cuando al populismo se le acaban las opciones. Ojalá la Argentina no pierda la oportunidad de relanzar su economía bajo un nuevo paradigma liberal donde el peso de lo estatal esté dedicada a aquellas tareas básicas e ineludibles: dar seguridad, impartir justicia y promover un acceso más equitativo a las oportunidades para el desarrollo.

Este aluvión de cambios nos ha recordado lo que implicó para el Perú salir del desastre de los ochenta luego de que la ola de populismo y estatismo quebrara nuestra situación fiscal. Eran años de estancamiento, pobreza y desilusión.

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Hoy tenemos al frente dos años y medio de un gobierno de transición que no termina de animarse a tomar el toro por las astas y encaminar un complejo proceso donde se empiece a conseguir los consensos políticos para que reformas de fondo se puedan llevar a cabo. El gobierno se ha animado muy tímidamente a iniciar este proceso, y su debilidad política con las justas les alcanza -a veces- para evitar autogoles del Legislativo. El año pasado planteó, pero no promovió una comprensiva reforma de pensiones. Del mismo modo, terminando el año se animó a plantear que el progreso y el crecimiento del empleo formal pasa por evitar los incentivos al enanismo de las empresas promovido por el actual sistema impositivo y reglas laborales. Se olvidó de incluir el tema laboral y esperamos que promueva este cambio que ha sido detenido varias veces por el Legislativo. Si realmente queremos enfrentar la informalidad laboral esta reforma es un paso fundamental y necesario.

La excesiva fragmentación del Legislativo y la falta de un liderazgo con mayor horizonte impiden que se promuevan de manera más decidida cambios que podrían sacarnos de este marasmo económico que nos ha acompañado este primer año de gobierno donde todos hiperactivamente empujan, pero en direcciones diferentes y así, no nos movemos ni un ápice. Ojalá el 2024 traiga mayor trabajo formal para todos, más seguridad para las familias, y la ilusión de que el Perú será siempre tierra de oportunidades. ¡Feliz año para todos!