El amor por la patria y el orgullo nacional son sentimientos que pueden brotar o no en cada sociedad, pero que difícilmente pueden ser impuestos desde el gobierno.
El amor por la patria y el orgullo nacional son sentimientos que pueden brotar o no en cada sociedad, pero que difícilmente pueden ser impuestos desde el gobierno.

En los últimos días se ha encendido una polémica alrededor del proyecto de reglamento hecho público por el () esta semana para la Ley 32251, la “ley que unifica y armoniza la regulación de los símbolos de la , símbolos del Estado y emblemas nacionales”. Dicha norma, aprobada por el Congreso a inicios de este año, fue publicada con el objeto de lograr lo que su nombre indica, para así “fortalecer la identidad nacional”, “difundir el conocimiento” de los símbolos y emblemas nacionales, y “contribuir con su adecuado uso”.

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Dicho esto, más de un aspecto del nuevo proyecto de reglamento ha sido objeto de críticas, sobre todo por su desproporción. Uno de ellos –aunque no el único– ha sido la idea de que todos los medios de comunicación, de todas las plataformas (incluyendo las digitales), estarían ahora obligados a difundir a diario el Himno Nacional, dos veces al día (8 a. m. y 6 p. m.).

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Una medida así busca, en concordancia con la finalidad de la mencionada ley, que el himno nacional sea más conocido y respetado. Lo que está menos claro, sin embargo, es si ello realmente se lograría con una medida que impone restricciones tan directas a las libertades de expresión y de prensa.

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En realidad, hay varios motivos para pensar que no. Para empezar, el amor por la patria y el orgullo nacional son sentimientos que pueden brotar o no en cada sociedad, pero que difícilmente pueden ser impuestos desde el gobierno. Todos sentimos orgullo cuando se reconoce el trabajo o los logros de otros peruanos en el extranjero, o cuando nuestra gastronomía y recursos naturales son reconocidos y premiados.

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Del mismo modo, deberíamos poder sentirnos orgullosos cuando tengamos autoridades éticas y verdaderamente representativas, que se esfuercen por impulsar obras y proyectos concretos en favor de la población, más allá de cuál sea su partido político. Es eso lo que realmente está en manos de nuestras autoridades para lograr aumentar el orgullo nacional: el ejemplo que deja su propia conducta, no el pretender forzar a la ciudadanía a cantar el himno dos veces al día en un horario impuesto por algún burócrata.

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Por otro lado, ¿se da cuenta el Gobierno de que la norma trata a la ciudadanía como si fuera niños? ¿No existen acaso alternativas menos rígidas para promover estos mismos valores y el conocimiento del himno sin afectar la libertad de los medios de comunicación de establecer su propio contenido? Si algo así se justifica, ¿sería razonable que el Gobierno exija también exhibir el himno en todas las tiendas y negocios? ¿O que se cante los lunes en los hospitales y clínicas?

Todos debemos honrar y respetar siempre nuestros símbolos patrios. Hacerlo, no obstante, también implica darles a cada uno su lugar y momento correctos. En libertad.

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