
Escribe: Jorge Beingolea, Vicepresidente de Soluciones de Portafolio de Credicorp Capital Asset Management
El dólar estadounidense ha tenido un comienzo de año bastante complicado. En lo que va del año hasta el 8 de mayo, el índice DXY, que mide la performance del dólar contra seis de sus principales socios comerciales, ha caído 8%.
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Particularmente llamativo es el hecho de que este comportamiento se acentuó durante abril, cuando la volatilidad de los mercados globales alcanzó niveles inusualmente altos, luego del anuncio de aranceles recíprocos hacia el resto del mundo hecho por Donald Trump. Esto hizo que se ponga en tela de juicio la robustez de la posición del dólar como moneda de reserva global y activo refugio por excelencia y, por ende, que se generen preocupaciones sobre su valor.
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En ese sentido, para hablar de la posición del dólar como moneda de reserva global, es importante empezar diciendo que el porcentaje de participación de esta moneda en la composición de las reservas de los bancos centrales del mundo ha venido cayendo durante los últimos 25 años desde 72% hasta el 57% actual. Este rebalanceo fuera del dólar ha sido destinado hacia activos denominados en otras monedas de países desarrollados y al oro, sin que ninguna opción haya ganado prominencia particular.
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Esto se debe esencialmente a que no existe una alternativa viable al dólar como moneda de reserva global porque esta es la única que cumple con los requisitos. En primer lugar, la moneda de reserva global debe ser emitida por un país con un déficit de cuenta corriente suficientemente grande como para absorber el exceso de ahorro del resto del mundo.
EE. UU. mantiene el déficit de cuenta corriente más grande del mundo, diez veces más grande que el del Reino Unido (el segundo en país en ese ranking).
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En segundo lugar, la moneda de reserva debe ser emitida por un país con mercados financieros amplios, profundos y líquidos que permitan adecuados niveles de entrada y salida para inversionistas internacionales. De nuevo, EE. UU. es el único que cumple con este requisito, no solamente porque sus mercados de acciones y deuda son largamente los más grandes del mundo, sino por las limitaciones operativas que presentan sus potenciales competidores (el mercado de capitales europeo no está integrado y China no tiene una cuenta de capitales abierta).
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Podemos concluir entonces que el status del dólar como moneda de reserva global difícilmente estará en riesgo en el corto o mediano plazo. No obstante, esto no significa que no podamos ver debilidad adicional en su valorización en horizontes cortos. Justamente, el aún alto porcentaje de sus portafolios que inversionistas globales -tanto privados como públicos- mantienen invertidos en activos estadounidenses, deja espacio para que se prolongue el rebalanceo hacia otras monedas.
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Coyunturalmente este episodio podría ser sostenido por tres factores. Primero, la incertidumbre generada por el nuevo gobierno de EE. UU. puede acentuar -en el margen- la salida de flujos de EE. UU. hacia activos de otros países considerados de bajo riesgo. Asimismo, los programas de estímulo fiscal siendo implementados en China y Alemania podrían reducir sustancialmente el exceso de ahorro en esos países y, por lo tanto, reducir la demanda por dólares. Finalmente, si bien no es nuestro escenario base, una eventual recesión en EE. UU. podría obligar a la Reserva Federal a bajar tasas de interés rápidamente y reducir el atractivo de invertir en dólares respecto a otras monedas.