
Escribe: Carlo León, gerente de Renta Fija en Prima AFP
El sol peruano se ha fortalecido cerca de 10% frente al dólar en lo que va del año. A primera vista, podría interpretarse como una señal alentadora: un respiro en medio de años difíciles. Y es que desde el 2019 atravesamos una pandemia institucional traducida en un Congreso disuelto, una sucesión inusual de presidentes, protestas de gran escala y un avance preocupante del crimen y la informalidad. No ha sido un periodo sencillo y por eso sorprende ver un sol apreciado.
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Los efectos se sienten: importar es más barato, las deudas en dólares pesan menos y el tipo de cambio transmite una calma que muchas otras variables del país no reflejan. Sin embargo, esa apreciación no se explica por una mejora interna, sino por un entorno externo excepcionalmente favorable. El cobre –pilar de nuestras exportaciones y de la solidez de nuestras cuentas externas– se encuentra en niveles históricamente altos, el dólar global se ha debilitado y el Banco Central mantiene una conducción prudente y confiable.

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Para ponerlo en perspectiva, volvamos al 2019. Desde entonces, el dólar global está prácticamente en el mismo nivel, pese a años de fuerte volatilidad. El cobre, en cambio, vale hoy alrededor de 80% más. Con esa diferencia tan marcada, estimaciones conservadoras sugieren que nuestro tipo de cambio debería ubicarse entre 2.80 y 3.10 soles, incluso por debajo si se incorpora el repunte reciente del metal. No estamos ante un sol “anómalamente fuerte”; estamos ante un contexto internacional excepcionalmente favorable.
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¿Por qué, entonces, no hemos llegado aún a esos niveles? Porque cuando el tipo de cambio se ha disparado en el pasado –por encima de cuatro soles por dólar– no ha sido por factores internacionales, sino por tensiones internas. La incertidumbre política ha demostrado ser el principal gatillo de movimientos abruptos. Y aunque hoy ese riesgo no se encuentra activo, tampoco ha desaparecido: sigue ahí, latente.
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Por eso, la pregunta relevante no es si el dólar bajará de los tres soles, sino cuán sostenible es esta estabilidad que proviene, en gran parte, del exterior. Mientras los precios de los metales se mantengan altos y el contexto global sea benigno, el sol seguirá fuerte. Pero un cambio en ese entorno, o un episodio doméstico de desconfianza, podría revertir la tendencia con rapidez.
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El dólar barato, entonces, no es un premio. Es una oportunidad. Una que solo se convierte en beneficio duradero si el país fortalece su institucionalidad, reduce la incertidumbre interna y construye confianza. Si no lo hacemos, la estabilidad actual será temporal. Y cuando el entorno deje de sostenernos, quedará claro –una vez más– que la solidez económica no es un regalo del exterior: se genera en casa.







