
Vasto es el legado que ha dejado su santidad, el papa Francisco. Su muerte no ha conmovido solo a los católicos, sino también a creyentes de otras confesiones y no creyentes. Y esto se debe a lo que es y a lo que representa el sumo pontífice: cabeza visible de la Iglesia católica, institución de origen divino, fundada por Jesucristo. Sin duda, Francisco fue una persona de enorme espiritualidad y un referente mundial. Por eso, a pocos días de haber conmemorado el Día del Trabajador, me parece oportuno destacar lo que ha dejado como herencia a los empresarios.
Con su espíritu integrador y promotor de la cultura del encuentro, y contrariamente al estigma social que relaciona a los empresarios con personas ambiciosas y egoístas, Francisco siempre se refirió a ellos con cariño y respeto, valorando su trabajo sin dejar de hacer hincapié en la responsabilidad que este implica. En Fratelli Tutti, expresa que “la actividad de los empresarios es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos … Los empresarios, que son un don de Dios, tendrían que orientarse claramente al desarrollo de las demás personas y a la superación de la miseria, especialmente a través de la creación de fuentes de trabajo diversificadas” (No. 123).
Para el papa, la actividad empresarial es intrínsecamente buena porque, además, es una vocación, es decir, un “llamado de Dios” encaminado a generar riqueza con esfuerzo, al servicio del bien común.
“El verdadero empresario conoce a sus trabajadores porque trabaja junto a ellos, trabaja con ellos”, decía Francisco. “No olvidemos que el empresario debe ser ante todo un trabajador. Si él no tiene esa experiencia de la dignidad del trabajo, no será un buen empresario. Comparte las fatigas de los trabajadores y comparte las alegrías del trabajo, de resolver problemas juntos, de crear algo juntos … Despedir a alguno es siempre una decisión dolorosa y no lo haría, si pudiese. Ningún buen empresario quiere despedir a su gente —no, quien piense resolver el problema de su empresa despidiendo gente, no es un buen empresario, es un comerciante: hoy vende a su gente, mañana vende su propia dignidad—, se sufre siempre, y alguna vez de ese sufrimiento nacen nuevas ideas para evitar el despido” (Génova, 27-05-17).
Conocer a las personas es un deber de todo directivo, ¿cómo puede funcionar de manera adecuada una verdadera organización humana si las cabezas no conocen a sus colaboradores?
Parafraseando al presidente Einaudi, el pontífice les indicó a los empresarios que deben “trabajar, producir, ahorrar. Es la propia vocación lo que los mueve y no la sed de ganancias”. Esto es como recordarles su trascendencia como creadores y distribuidores de riqueza.
Finalmente, algo que debe motivar y estimular: “El empresario es una figura fundamental de toda buena economía … No hay buena economía sin buenos empresarios, sin vuestra capacidad de crear, crear trabajo, crear productos”.
¡Gracias, papa Francisco!