
Escribe: Martin Naranjo, presidente de la Asociación de Bancos del Perú
La primera vez que voté fue en 1980. El país retornaba a la democracia después de los doce años del gobierno militar. Votar, más que un deber, fue una alegría, un acto de reconstrucción. Desde entonces, he visto cómo lo que antes ocurría en plazas y en estudios de radio o televisión hoy sucede también en redes sociales, en espacios digitales y descentralizados.
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Desde la perspectiva de la estructura de redes, una campaña electoral es mucho más que una secuencia de actos públicos, encuestas, propagandas o debates. Debajo de esa superficie visible hay una estructura que no siempre se ve. Hay un conjunto de redes, físicas y virtuales, que se superponen y que son los canales por donde circula la información y se propagan las emociones. Esa maraña de conexiones es tan importante como cualquier mensaje o programa de gobierno.
Y no se trata de una estructura fija. Es un organismo vivo que existe antes, durante y después de cualquier contienda. Incluye conversaciones entre familiares, amigos y compañeros de trabajo; comprende también a los medios de comunicación, a los líderes locales y, cada vez más, a las cámaras de eco ultrapersonalizadas del mundo digital.
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En tiempos de calma, la red tiene cierta estabilidad. Los vínculos fuertes, como los familiares o laborales, conviven con los vínculos débiles de los contactos esporádicos, formando una estructura relativamente predecible. Es como un río que corre por su cauce, con corrientes internas que pueden ser muy intensas, pero sin desbordes. Cuando empieza una campaña electoral, ese entramado se agita. Cambia la intensidad de las conexiones, se activan nodos dormidos, se multiplican los enlaces. Desde la teoría de redes diríamos que el sistema se vuelve más denso y más propenso al contagio. Los mensajes circulan más rápido y cruzan comunidades desconectadas.
En tiempos electorales, el cauce estable de los tiempos de calma se desborda. El flujo de información deja de seguir los mismos caminos y comienza a cruzar barreras. Aparecen accesos nuevos y bifurcaciones. Como si fuera un fenómeno de El Niño informativo, los huaycos de datos arrastran todo a su paso. Las aguas digitales inundan y redibujan el territorio, cambian la topología de la red. Aparecen nodos que se vuelven súbitamente influyentes, mientras otros pierden centralidad. Algunos grupos se aíslan, mientras otros se reconectan. La opinión pública rebota intensamente. El volumen, la velocidad y la dirección de los flujos de las aguas informativas ya no pueden anticiparse con las herramientas tradicionales.
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Este cambio estructural es recurrente. Cada avance en las tecnologías de comunicación ha reconfigurado las redes por donde circulan la información y las emociones. Antes, las campañas eran esencialmente locales, las redes de influencia se activaban en las plazas, los mercados y puerta a puerta. El boca a boca y los mítines eran los canales dominantes. Con la llegada de los medios masivos, ese orden cambió: las redes se ampliaron y se volvieron más amplias y centralizadas; se hizo posible, por ejemplo, un mensaje a la nación en simultáneo.
Hoy, con las redes sociales digitales, el mapa ha cambiado nuevamente. Lo que era vertical y lineal se ha vuelto distribuido. Pasamos de redes superpuestas y centralizadas a redes también superpuestas pero descentralizadas. La relación entre candidatos y ciudadanos ya no está mediada únicamente por los medios tradicionales: hoy se filtra por miles de nodos que incluyen influencers, chats, memes y algoritmos. Estos nodos se conectan de formas múltiples. Estas redes digitales son más dinámicas, más volátiles y más difíciles de predecir. Cualquier mensaje o bulo puede saltar de una comunidad a otra en muy pocos pasos. Se pone en evidencia que vivimos en un mundo pequeño, en donde todo está más cerca de lo que parece.
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Por eso, entender la lógica estructural de las redes es tan importante para comunicar bien. Cada mensaje compite por atención y no todos circulan igual. Algunos se apagan sin dejar rastro. Otros impactan en todo el país en segundos. Lo determinante no es solo el contenido del mensaje, sino el contexto de la red: los nodos de inicio y de paso, su centralidad, su nivel de conexión, el grado de confianza y credibilidad que generan. Importan la densidad, los agrupamientos, la fluidez de la red. No entramos a un mundo menos racional, entramos a un mundo más conectado, más complejo, que exige nuevas formas de ser pensado. Además, los avances en inteligencia artificial pondrán a prueba nuestras capacidades de discriminación y de pensamiento crítico.
Por eso importa tanto la cartografía de las redes invisibles que nos conectan actualmente. Porque las batallas no ocurren solamente frente a las cámaras, sino que se libran en el territorio de las conexiones y en el diseño de las mejores rutas. En este contexto, serán cruciales las formas que adopten esos caminos cuando las lluvias de información más intensas de las campañas saturen los suelos de la opinión pública. Anticipar esos flujos puede marcar la diferencia entre ser arrastrados por el lodo o saber por dónde encauzar las corrientes.
