
Escribe: Luis Miguel Castilla, director ejecutivo de Videnza Instituto
La reciente prórroga del Registro Integral de Formalización Minera (REINFO) –junto con la reincorporación de más de 50,000 registros retirados aprobada en la Comisión de Energía y Minas del Congreso– vuelve a colocar en el centro del debate público la expansión de la minería aurífera ilegal y su creciente influencia en el poder político. La decisión llega en un momento muy delicado: la cotización internacional del oro permanece en niveles históricamente altos, con la onza superando los US$ 4,000 y con el Banco Mundial proyectando un incremento superior al 40% para este año respecto del anterior. Mientras el metal siga siendo tan rentable, la efectividad de cualquier política de formalización será difícil de alcanzar.
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El ciclo alcista actual se mantiene gracias a un conjunto de factores que se refuerzan entre sí. La demanda de refugio frente a tensiones geopolíticas, la depreciación del dólar y la búsqueda de cobertura ante riesgos financieros han impulsado la inversión global tanto en oro físico como en instrumentos financieros vinculados al metal. A ello se suma una característica distintiva de este ciclo: la compra récord de oro por parte de bancos centrales. Según el Banco Mundial y el World Gold Council, estas adquisiciones superaron por tercer año consecutivo las 1,000 toneladas y representan hoy cerca del 25% de la demanda global, el doble del promedio observado en el periodo 2015-2019. Esta demanda institucional –orientada a diversificar reservas y reducir la dependencia del dólar– ha creado un piso estructural para los precios del metal precioso.

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Los flujos financieros amplifican este impulso. Los mercados de futuros, opciones y ETF (fondos cotizados en bolsa) respaldados en oro mantienen posiciones que exceden ampliamente la producción física anual y reaccionan con rapidez a cambios en las expectativas macroeconómicas. Variaciones en las proyecciones de tasas de interés reales, en el valor del dólar o en el apetito global por riesgo pueden generar movimientos de precio particularmente abruptos. La combinación entre fundamentos sólidos y volatilidad financiera explica tanto la magnitud como la persistencia del rally.
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Para contextualizar la coyuntura actual, conviene revisar el último gran episodio alcista del oro. Entre el 2006 y el 2011, el precio pasó de alrededor de US$ 600 por onza a casi US$ 1,900, alentado por la crisis financiera global, las políticas monetarias expansivas y la depreciación del dólar. Luego, el mercado entró en un prolongado periodo de ajuste, y el precio se movió durante años entre US$ 1,100 y US$ 1,400. Ese episodio evidenció que los ciclos del oro tienden a moderarse únicamente cuando aumentan las tasas de interés reales y mejora el entorno económico global.
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Sin embargo, el ciclo actual presenta elementos nuevos. La acumulación sostenida de oro por parte de bancos centrales –especialmente de economías emergentes–, la creciente fragmentación geopolítica y las persistentes presiones inflacionarias en algunas economías desarrolladas han otorgado un soporte más robusto que en ciclos anteriores. A ello se suma un mercado financiero del oro más profundo y líquido, que incrementa la sensibilidad a shocks externos, pero también consolida una demanda más estable que en décadas previas.
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De cara al futuro, los pronósticos coinciden en que el oro tenderá a estabilizarse en una “meseta alta”, más que a regresar a niveles previos. El Banco Mundial estima un precio promedio cercano a US$ 3,575/oz. en el 2026, mientras que algunos bancos de inversión incluso contemplan escenarios en los que los precios podrían acercarse a US$ 5,000 si persisten las compras oficiales y la incertidumbre global. Aunque una corrección no puede descartarse, su magnitud probable sería moderada: retrocesos del 10% al 20% serían consistentes con ajustes en posiciones especulativas, mientras que caídas más profundas (25%-35%) requerirían un incremento sostenido de las tasas reales o una contracción marcada de la demanda institucional, condiciones hoy poco probables.
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Siendo ese el escenario, la prórroga del REINFO envía una señal problemática. Con un oro estabilizado por encima de los US$ 3,500/oz. y expectativas de mantenerse en niveles elevados, la minería informal seguirá siendo altamente rentable. Los incentivos para operar al margen de la ley aumentan cuando los precios internacionales aseguran márgenes significativos incluso para operaciones precarias.
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Ante esta situación, la única forma de hacer viable la formalización es modificar los incentivos que hoy enfrentan los pequeños mineros. Esto implica evaluar opciones como habilitar zonas de explotación específicas para pequeña minería con reglas claras y respetando la inviolabilidad de los derechos de propiedad, promover la asociatividad y los contratos de operación, facilitar el acceso a financiamiento y compradores formales que solo adquieran oro trazable, simplificar los requisitos para operaciones de menor escala, implementar trazabilidad obligatoria en toda la cadena y acompañar estos incentivos con sanciones creíbles para quienes permanecen fuera del sistema. Sin una combinación de estas medidas, el alto precio internacional seguirá inclinando la balanza hacia la actividad ilegal.

Con una experiencia en bancos multilaterales de desarrollo, se desempeñó en altos cargos en el CAF – Banco de Desarrollo de América Latina, entre otros. Tiene un doctorado en Economía de la Universidad Johns Hopkins de Maryland.







