
Escribe: Ricardo Romero, especialista en comercio exterior
Durante las últimas tres décadas, el Perú ha vivido momentos importantes en su historia, no solo en materia económica, sino también en la imagen positiva que ha podido proyectar internacionalmente como resultado de los logros obtenidos. Estos avances generaron un fortalecimiento de nuestra identidad como país, así como niveles de confianza que han contribuido a sentir que el Perú tiene posibilidades reales de un futuro próspero. Sin embargo, los desafíos internos, la inestabilidad política, la criminalidad que sigue enlutando el país y la falta de continuidad en las políticas públicas enturbian inevitablemente lo avanzado hasta el momento. Pero más preocupante aún es nuestra tendencia a pensar que el progreso alcanzado es suficiente y que el desarrollo sostenido ya está asegurado.
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Esa percepción errónea de éxito puede conducir a una peligrosa actitud de complacencia. El reciente publicitado concurso en línea de desayunos, y en el que nuestro popular “pan con chicharrón” fue galardonado como el mejor, nos demuestra una precaria idea de lo que debe ser el éxito para nuestro país, distrayéndonos así de lo transcendental y relevante, particularmente en materia de turismo, por dar un ejemplo.
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Creer que ya hemos llegado a la cima o que el trabajo está hecho es, en realidad, la receta perfecta para el estancamiento y el fracaso. Ningún país ha logrado consolidar su desarrollo creyendo que el esfuerzo puede detenerse o enfocándose en acciones que solo hacen bulla mediática. Por el contrario, las naciones que hoy admiramos por su prosperidad y bienestar son aquellas que entendieron que el crecimiento económico es apenas el primer paso hacia una transformación más profunda, basada en la educación, la innovación, la productividad y el bienestar de sus sociedades.
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Del mismo modo, el reconocimiento internacional del Perú no debe interpretarse como garantía de éxito futuro. Aunque nuestra imagen ha mejorado, sería un error pensar que los inversionistas extranjeros buscarán espontáneamente hacer negocios con nosotros solo por el prestigio adquirido. El mundo no funciona así. La atracción de inversiones requiere constancia, estrategia, visión y una institucionalidad sólida que genere confianza.
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Si bien no todos comparten esta visión complaciente, sí es preocupante escuchar en ocasiones voces que asumen que el Perú “ya lo logró”. Precisamente por eso, debemos enfocar nuestros esfuerzos en fortalecer una sociedad proactiva, ambiciosa y comprometida con una visión de largo plazo. Una sociedad que entienda que el desarrollo no es un estado permanente, sino un proceso continuo que exige disciplina, innovación y compromiso colectivo. Solo así podremos consolidar los avances obtenidos y proyectar un futuro verdaderamente sólido.
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En este contexto, la educación adquiere un papel central. No se trata únicamente de ampliar la cobertura educativa, sino de elevar su calidad y fomentar una cultura basada en el mérito, el esfuerzo y la excelencia. La meritocracia debe ser el motor que impulse a cada peruano a superarse y a contribuir activamente con el progreso del país. Sin una educación de calidad que premie el mérito y promueva la innovación, el desarrollo del Perú será siempre vulnerable y dependiente de factores externos.
De igual forma, el desarrollo no puede consolidarse sin infraestructura moderna y eficiente. Carreteras, puertos, aeropuertos, redes digitales y sistemas energéticos de calidad son esenciales para conectar regiones, fomentar la productividad y garantizar igualdad de oportunidades. La infraestructura no solo impulsa la economía, sino que también simboliza integración y progreso, acercando a las personas, fortaleciendo el comercio interno y externo y promoviendo la descentralización real.
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El futuro de la senda de éxito en la cual el Perú se ha enrumbado dependerá, en gran medida, de nuestro nivel de realismo y de nuestra disposición a seguir trabajando con humildad y perseverancia. Debemos reconocer lo que hemos logrado, pero también lo mucho que nos falta por alcanzar. El reto sigue siendo monumental, pero las oportunidades son igualmente grandes.
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El verdadero desarrollo no se consigue con discursos ni con logros pasajeros como la bulla desplegada recientemente por el “pan con chicharrón”, sino con trabajo constante, planificación, innovación y visión compartida. El Perú tiene talento, recursos y un inmenso potencial humano. Lo que necesitamos hacer, de la mano con el nuevo gobierno que acaba de asumir, es consolidar una cultura que premie el mérito, impulse la investigación, fortalezca la infraestructura y, sobre todo, mantenga viva la convicción de que el progreso es una tarea colectiva que nunca se detiene.







