
Escribe: José Deustua, especialista en innovación y startups
Cuando hablamos de innovación, solemos imaginar startups tecnológicas, capital de riesgo y fundadores obsesionados con “disrumpir” industrias. Rara vez pensamos en una empresa familiar con varias décadas de historia, muchas veces gestionada por la segunda o tercera generación. Y, sin embargo, las empresas familiares son responsables de buena parte del crecimiento económico de América Latina y tienen una ventaja que pocas startups pueden replicar: el largo plazo.
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Mientras que una startup lucha por sobrevivir a la siguiente ronda de inversión, una empresa familiar se mide en generaciones. Esa mirada de largo plazo –bien gestionada– puede convertirse en la base para innovar con más consistencia. La pregunta no es si pueden hacerlo, sino cómo logran combinar la estabilidad de su legado con la necesidad de adaptarse a un mundo que cambia cada vez más rápido.

La paradoja de la tradición
El apellido que sostiene la empresa puede ser tanto un ancla como un motor. La tradición otorga confianza, reputación y vínculos duraderos con clientes, proveedores y comunidades. Pero también puede convertirse en una excusa para evitar riesgos. La innovación exitosa en empresas familiares ocurre cuando la tradición se entiende como un punto de partida, no como un límite. Las familias que prosperan son aquellas que se atreven a reinterpretar su propósito fundador a la luz de los nuevos tiempos.
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Valores que trascienden generaciones
Una de las claves está en cómo los valores que hicieron grande a la empresa se transfieren a las nuevas generaciones. La visión emprendedora del fundador, su obsesión por la calidad o su compromiso con la comunidad pueden convertirse en brújulas culturales que guíen la innovación. No se trata de replicar mecánicamente la forma de hacer las cosas, sino de mantener el espíritu que las inspiró. En otras palabras: adaptar la cultura a los nuevos desafíos sin perder los principios fundacionales.
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Aquí radica la diferencia entre empresas familiares que se estancan y aquellas que siguen vigentes. Las primeras confunden valores con rutinas y terminan aferrándose a prácticas obsoletas. Las segundas entienden que los valores son convicciones profundas, que pueden expresarse de manera distinta en cada época. Así, la austeridad que ayudó a sobrevivir los primeros años, puede transformarse hoy en disciplina financiera para invertir con prudencia en innovación. O, el espíritu pionero de abrir mercado en provincias, puede traducirse ahora en explorar el comercio digital o nuevos modelos de negocio.
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Fundadores en transición: gestión del cambio
Uno de los mayores desafíos de las empresas familiares es cómo los fundadores gestionan la transición. Abrirse a la innovación no significa soltar todo de golpe, sino atraer y formar talento alineado a los nuevos retos, empoderarlo y crear espacios seguros para experimentar. La cultura del miedo al error, tan común en estructuras jerárquicas, es letal para la innovación. El fundador que logra combinar apertura a nuevas ideas con una ejecución controlada, mantiene el ADN de la empresa y habilita la exploración de nuevas rutas.
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El reto de escalar lo nuevo
Innovar no es solo lanzar un proyecto piloto o abrir un laboratorio digital. Es lograr que lo nuevo encuentre mercado, se valide y escale. Y ahí las empresas familiares enfrentan un dilema: ¿Cómo asignar capital y talento a una iniciativa que todavía no genera retorno, sin descuidar el negocio principal? La clave está en entender que escalar no es simplemente crecer, es transformarse. Eso implica paciencia, disciplina y una disposición a adaptar la empresa para conquistar nuevos mercados y clientes diferentes.
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Tres recomendaciones para innovar en familia:
1. Definir reglas de juego claras: Evitar la tentación de “rescate” permanente. La innovación necesita métricas propias y un seguimiento distinto pero con resultados tangibles.
2. Del control al empoderamiento: Delegar con propósito amplifica el impacto de la empresa familiar. Para lograrlo, hay que confiar en la elección de nuevos perfiles de líderes y darles el espacio necesario para llevar adelante la transformación sin perder los valores que nos definen.
3. Separar, sin divorciar: Crear unidades que tengan autonomía, pero que se alimenten de la reputación y el conocimiento acumulado del negocio principal.
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En un entorno donde la competencia ya no viene solo de los pares de la industria, sino de startups ágiles y gigantes tecnológicos globales, las empresas familiares que quieran seguir vigentes no pueden refugiarse únicamente en su historia. Tampoco basta con copiar modelos externos, deben atreverse a escribir su propio camino. Y, como toda buena historia familiar, ese camino se construye con mezcla de memoria, valores y visión de futuro.
