
Escribe: Galantino Gallo, CEO de Prima AFP
La incertidumbre es una condición natural e inevitable de la vida. Como especie y como individuos, la hemos enfrentado en más de una ocasión, y todos intuimos que, tarde o temprano, volverá a aparecer, acompañando pandemias, desastres naturales, crisis políticas o escenarios como enfermedades, fallecimientos de seres queridos o cambios drásticos en nuestras vidas profesionales. Aun así, resulta difícil –por no decir imposible– evitar las reacciones emocionales que despierta cuando finalmente llega.
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Esta es la fuerza que, a principios de la pandemia del 2020, llevó a miles de personas a llenarse compulsivamente de víveres. Es lo que conduce a muchos, en su desesperación por buscar información, a consumir y esparcir noticias falsas durante las emergencias. Y es lo que ha provocado sacudidas en los mercados financieros tras eventos como los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, el Brexit en el Reino Unido, el COVID-19, el inicio de la guerra en Ucrania o, con mayor frecuencia, ante la elección de jefes de Estado percibidos como radicales.

La explicación es psicológica y ha sido ampliamente estudiada. En crisis o bajo presión, solemos sobredimensionar la información que tenemos disponible en el momento (independientemente de cuán precisa sea), y muchas veces reaccionamos alineados con los que nos rodean, sin importar su racionalidad. En el caso de las compras frenéticas al comienzo de la crisis sanitaria, fueron una respuesta a los rumores de escasez inminente (que no eran ciertos) y al hecho de que muchos a nuestro alrededor lo estaban haciendo. Y, en el contexto financiero, se vio tras los atentados del 11 de septiembre, cuando el S&P 500 se desplomó más de 11% en una semana, para luego recuperarse parcialmente poco después, y durante la crisis del 2008, cuando grandes retiros de fondos reflejaron el pánico de muchos inversionistas, que terminaron vendiendo en mal momento.
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No podemos ir contra nuestros instintos en contextos críticos; muchas veces nos ganan. Pero sí podemos aprender del pasado y planear para el futuro. Por su naturaleza, la incertidumbre no solo es opaca, también es efímera. El tiempo, y la claridad que llega con él, son sus peores enemigos, y la consecuencia de mediano y largo plazo de toda crisis es la normalidad, el aplanamiento de la volatilidad. Por eso, la paciencia, la calma y la cabeza fría (aunque contraintuitivas en el momento) terminan teniendo un efecto positivo en el largo plazo.
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En ningún lugar esto resulta tan evidente como en las finanzas, donde la experiencia muestra que el tiempo pesa más que el ‘timing’, y que los ‘shocks’, por más dramáticos que sean, acaban por asimilarse. En los últimos 20 años, el S&P 500 atravesó caídas significativas, como durante la recesión del 2008 o la pandemia del 2020. Sin embargo, quienes se mantuvieron firmes a lo largo de esos episodios terminaron acumulando ganancias sustanciales: un inversionista que soportó estas caídas habría visto incrementar su capital siete veces (si invirtió en el 2006).
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Frente a esto, la importancia de mantener horizontes de inversión largos es evidente. Pero también es clave que reflexionemos sobre la manera en que lidiamos con las presiones, los temores y los incentivos perversos del presente. El miedo o la emoción de momentos específicos pueden llevarnos a tomar decisiones que, a la larga, terminan demostrándose como las incorrectas.
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Pero no solo debemos mantener la cabeza fría en tiempos inciertos; también hay que prepararse para ellos. Aunque el resultado suela ser el regreso a algún tipo de normalidad, no tiene sentido ser complacientes. Y aunque sea imposible conocer las características exactas de una eventual emergencia o crisis y, por ende, muy poco probable que se puedan construir con antelación estrategias que calcen exactamente con lo que sucederá, el solo ejercicio de planificar nos da herramientas con las cuales reaccionar.
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En el mundo de las inversiones, esto se expresa en portafolios diversificados, diseñados para amortiguar la volatilidad y reducir la exposición a riesgos específicos. También en la definición de horizontes de inversión amplios, que permiten atravesar las turbulencias sin caer en decisiones apresuradas, y en la construcción de reservas de liquidez. Medidas que no eliminan la incertidumbre, pero que permiten administrarla.
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El mundo pasa por un momento en que cada mes parece traer algo que pondrá contra las cuerdas al sistema económico global: guerras, atentados, elecciones que polarizan, obstáculos al libre comercio. Pero hay valor en mantener la calma frente al pánico.