
Escribe: Galantino Gallo, CEO de Prima AFP
Un análisis del economista británico Angus Maddison, en su libro “La economía mundial: una perspectiva milenaria” da cuenta de que entre los años 1500 y 1820, la economía global permaneció prácticamente inmóvil: apenas 0.3% de crecimiento anual. Un movimiento, además, que solo se explica por el aumento de la población.
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En las décadas siguientes, la historia cambiaría por completo. Hasta 1900, la economía mundial crecería a un ritmo promedio de 1.3% anual y, entre ese año y el 2018, la tasa subiría a 3%, según estimaciones del Banco Mundial. En ese mismo periodo, la pobreza –que durante la mayor parte de la historia humana fue la norma para casi todos– empezó a caer de forma acelerada. Cálculos de los economistas François Bourguignon y Christian Morrison muestran que en 1820 el 84% de la población mundial vivía en pobreza extrema y para el 2018, esa proporción se redujo a apenas 8.6% (según cifras del Banco Mundial).

¿Qué cambió? ¿Cuál fue el punto de inflexión? Las respuestas le han valido el Nobel de Economía 2025 a tres individuos: a Joel Mokyr, profesor de la Northwestern University, “por haber identificado los prerrequisitos para un crecimiento sostenido a través del progreso tecnológico” y a Philippe Aghion (London School of Economics) y Peter Howitt (Brown University) “por la teoría del crecimiento sostenido a través de la destrucción creativa”.
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Mokyr, que es historiador además de economista, atribuye el cambio, el vertiginoso despunte de la economía mundial, a la instalación de una “cultura de crecimiento” en Occidente. El libre intercambio, construcción y hasta comercialización de ideas y conocimiento, sumados a la mayor experimentación y descubrimientos científicos, llegaron para hacer más eficientes los procesos, gatillar el avance de la industrialización y a impulsar la expansión de una base de “conocimiento útil” (Mokyr precisa que lo valioso estuvo en no solo saber cómo hacer que las cosas funcionen sino en lograr entender por qué). En contraste con lo que pasaba en el Asia, donde no se replicó el fenómeno y donde la búsqueda de conocimiento era desmotivada, restringida o limitada por factores institucionales o culturales.
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Por su lado, el trabajo que le valió el Nobel a Aghion y Howitt, complementa a la perfección el de Mokyr. Ellos elaboraron un modelo matemático para explicar la relación entre el crecimiento económico y la destrucción creativa –la idea acuñada por Joseph A. Schumpeter de que lo nuevo destruye y vuelve obsoleto lo antiguo en un proceso de constante mejora– y demostraron que esta, impulsada por la innovación y la competencia entre empresas, es el verdadero motor del crecimiento a largo plazo.
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En corto, lo que han demostrado estos tres economistas es que el desarrollo de los últimos 200 años, que desembocó en una mejora sustancial en la calidad de vida mundial, se sustenta en el libre flujo de ideas y conocimiento y en la libre competencia de todos en el mercado. Y en las condiciones políticas y sociales que lo permitieron.
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Difícilmente esta premiación podría haber caído en un mejor momento. El mundo no solo está siendo testigo del surgimiento de un nuevo y revolucionario tipo de tecnología, la inteligencia artificial, sino que los principios fundamentales que facilitan el desarrollo de la destrucción creativa están poniéndose en tela de juicio. El proteccionismo, las restricciones al comercio internacional y el populismo económico son tendencias en expansión. Mientras tanto, los principios de apertura y libertad que impulsaron la revolución industrial, primero, y, recientemente, la globalización económica y tecnológica de finales del siglo pasado y comienzos de este, parecen estarse perdiendo en el ruido.
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Pero el galardón a Mokyr, Aghion y Howitt debe servirnos de motivación para defender estos principios. Para insistir en lo importante que es fortalecer la experimentación, la innovación y la libre competencia. Para recordar que ha sido esto lo que nos sacó de las penumbras de los tiempos previos al Siglo XIX, de la pobreza y de la baja calidad de vida como normalidad. Lo que se hizo en el pasado, se puede hacer hoy.








