
Escribe: Paola del Carpio Ponce, coordinadora de investigación de REDES
Por años, hemos repetido casi como muletilla que el Perú es el primero de su clase en macroeconomía, mientras que nuestro gran talón de Aquiles son las reformas pendientes por el lado micro y la deteriorada gestión pública. Sin embargo, a pesar de la solidez de las reformas, nuestra macroeconomía, sobre todo en lo fiscal, ha mantenido retos que hoy se hacen evidentes. ¿Será que nuestro primero de la clase se mecanizó para marcar las preguntas correctas, pero dejó partes de la lección sin aprender?
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Tras una hiperinflación superior al 7000% en 1990, basada en la monetización del déficit, las reformas que estabilizaron nuestra economía fueron profundas. El candado más importante fue la independencia del Banco Central de Reserva, reconocida en la Constitución. Por el lado fiscal, junto con eliminar las grandes distorsiones en la economía, se instauraron las reglas fiscales, se creó el Fondo de Estabilización Fiscal, se redujo drásticamente la deuda y se simplificó la recaudación de impuestos. Todo ello, junto con una disciplina mantenida por años, nos llevó a ocupar el primer puesto (compartido) en estabilidad macroeconómica en 2019, según el Foro Económico Mundial.

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A pesar de este brillo, y lo que costó obtenerlo, no resolvimos todos los problemas de fondo. Nuestra presión tributaria -los ingresos tributarios como porcentaje del PBI- es muy baja, incluso al compararse con los vecinos. Esto se debe a la elevada informalidad e incumplimiento, y a la baja productividad laboral que mantiene a una mayoría de peruanos con ingresos -incluso formales- por debajo de los umbrales para el pago de impuesto a la renta. Además, el ahorro en el Perú es bastante limitado, lo que reduce las fuentes internas de financiamiento para la inversión y nuestro mercado de capitales está debilitado y muy poco desarrollado. Por ello, aunque éramos primeros en macro, el Foro Económico Mundial nos ponía en puestos muy malos en temas laborales, de capital humano e institucionales.
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Liliana Rojas-Suarez ha resaltado todas estas fallas estructurales y destaca que el manejo de nuestra macroeconomía ha sido disciplinado y conservador no solo por virtud, sino por necesidad. Nuestras autoridades macro, en estos años de estabilidad, han sido como un piloto de Fórmula 1 forzado a manejar con disciplina extraordinaria por estar avanzando en una pista llena de baches. Nuestra prudencia, vista en las altas reservas y reglas autoimpuestas exigentes, resultó una forma de compensar las debilidades estructurales que no hemos sido capaces de corregir en 30 años. El problema es que una pista tan fallada termina afectando incluso al mejor piloto. Y nuestro piloto ha comenzado a ceder.
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Y, aunque se viene alertando con razón, que venimos incumpliendo la regla del déficit por tres años consecutivos, hay una bandera roja que lleva un tiempo más frente a nosotros y que no hemos sabido enfrentar: el déficit primario o la diferencia de los ingresos y gastos del Estado antes del pago de intereses de la deuda, viene en negativo desde hace una década. Esto refleja un deterioro que también se ve en el Índice de Resiliencia Macroeconómica y Estructural desarrollado por Rojas-Suárez, que mide la capacidad de los países para resistir y responder a shocks externos.
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A esto se suman las recientes advertencias del Consejo Fiscal ante las 229 leyes dañinas para la sostenibilidad fiscal que ha aprobado el Congreso desde 2021. Cuatro de las más costosas han generado costos recurrentes anuales mayor a todo nuestro presupuesto para orden público y seguridad. Además, solo las 10 iniciativas más costosas que hoy están en proyecto incrementarían el gasto anual en una magnitud similar al presupuesto anual de un ministerio de gran tamaño. Este ritmo podría llevarnos a una deuda pública del 70% del PBI en una década, un absoluto descontrol.
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Y en esto hay que ser claros: Congresos populistas hemos tenido siempre. Pero Congresos populistas avalados por el Tribunal Constitucional para tener iniciativa de gasto, no. Eso explica que este Congreso haya aprobado el triple de leyes fiscalmente dañinas que el promedio de los últimos 15 años, con un costo fiscal 66 veces mayor al quinquenio anterior. El daño por esta interpretación del TC es de magnitudes altísimas, y necesita revertirse. También brilló la ausencia del MEF para detener las iniciativas dañinas: solo 3 de las normas ya promulgadas terminaron en acciones de inconstitucionalidad. ¿Dónde está nuestro disciplinado piloto?
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Nos adentramos a la etapa electoral, en la cual el populismo aumenta. En estas líneas, no pretendo desmerecer el enorme esfuerzo y disciplina histórica de las autoridades macroeconómicas. No puede ser fácil ser tan disciplinado en un país con tantas necesidades. Pero sí es necesario levantar la alerta de que puede ser un punto de no retorno si no comenzamos a hacer cambios reales pronto.








