
Escribe: Omar Mariluz Laguna, director periodístico
El Perú sufre de un mal que ya dejó de ser coyuntural para convertirse en diagnóstico: una adolescencia política que se niega a crecer. En diez años hemos tenido ocho presidentes y cada uno llegó al poder con la misma promesa de madurez institucional que terminó, inevitablemente, en berrinche, ruptura o drama nacional. Lo más grave es que esa inestabilidad, que empezó siendo un espectáculo político, ya se traduce en una factura económica dolorosa: el país perdió más de la mitad de su capacidad de crecimiento.

Durante el foro Perspectivas 2026, organizado por Gestión, el exministro Luis Carranza lo resumió con precisión quirúrgica: el PBI potencial cayó de más de 6% en el 2011 a menos de 3% hoy. Traducido al lenguaje ciudadano: perdimos la mitad de nuestra capacidad para generar empleo, reducir pobreza y mejorar la calidad de vida. Y todo porque el Estado, en lugar de madurar, decidió seguir improvisando.
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La escena actual parece escrita por un guionista de tragicomedia: 40 partidos políticos inscritos, una carrera electoral que ya calienta motores, y un nuevo presidente —José Jerí— que asume tras otra vacancia y con un gabinete que recién aprende dónde queda el interruptor de cada ministerio. No es exageración. Como advirtió Carranza, los ministros nuevos “revisarán todo”, lo que implica más retrasos en inversión pública. Cada cambio de gabinete es, en la práctica, una nueva reingeniería del caos.
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Y mientras tanto, la inversión privada sigue anestesiada. Los capitales de corto plazo que se fueron en 2021 —tras la elección de Pedro Castillo— no solo no han regresado, sino que siguen saliendo. El mensaje es claro: la incertidumbre política no asusta por sus gritos, sino por su constancia.
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La exvicepresidenta Mercedes Aráoz, participante del foro, lo explicó con una metáfora menos económica pero igual de precisa: Jerí es un hombre con buena estrella, pero la suerte no alcanza. “Tiene que demostrar resultados concretos en seguridad y corrupción”, advirtió. En política, la buena fortuna es como un crédito blando: se acaba si no se paga con hechos.
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Augusto Álvarez Rodrich fue más directo: el Gobierno tecnocrático de Jerí no tiene peso político propio y su supervivencia depende de un Congreso tan impredecible como un adolescente con teléfono nuevo. “Las probabilidades de que llegue al 2026 son del 80%, el resto depende de si el Congreso decide otro Merinazo”, dijo. En el Perú, los presidentes no caen por razones jurídicas, sino por caprichos del momento.
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Pero lo más inquietante del foro no fue el diagnóstico político, sino el espejo que la economía nos devuelve: el Perú está en el puesto 23 del ranking de competitividad del Banco Mundial, cuando hace una década estaba en el noveno. La eficiencia operativa del Estado es tan baja que la Sunat ocupa el puesto 48 en el mundo, solo por encima de Marruecos y República Centroafricana. Ghana nos gana. Sí, Ghana.
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Esa es la dimensión de nuestra inmadurez institucional. Nos jactamos de estabilidad macroeconómica mientras nos hundimos en la burocracia, la desconfianza y el populismo. La política peruana vive en su propio colegio: hay grupos, rumores, expulsiones y recreos eternos. Solo que aquí los errores no se castigan con una mala nota, sino con pobreza y desempleo.
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Lo advertía Aráoz con brutal sinceridad: los partidos han desaparecido como espacios de formación política. Hoy cualquiera puede fundar su propio movimiento, conseguir padrinos y lanzarse al Congreso como quien postula a un reality show. Y eso, inevitablemente, abre espacio a los discursos más simplistas, autoritarios y rentables del mercado electoral.
El problema no es que el Perú sea un país joven, sino que se comporta como si no quisiera dejar de serlo. Seguimos buscando líderes mesiánicos, culpables externos y soluciones mágicas. Mientras tanto, el gasto corriente crece, la deuda avanza y la productividad retrocede. Y aún nos sorprende que el crecimiento se haya frenado.
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Quizá la metáfora más precisa la lanzó Álvarez Rodrich al final del evento: “El Perú es como una película del Truman Show: seguimos actuando como si todo fuera normal, pero el set ya se está cayendo”.
Y sí, seguimos grabando. Entre berrinches, improvisaciones y promesas rotas, la república adolescente se resiste a madurar, sin entender que en la vida —y en la economía— el tiempo perdido no se recupera.

Magíster en Economía, diplomado internacional en Comunicación, Periodismo y Sociedad, estudios en Gestión Empresarial e Innovación, y Gestión para la transformación. Cuento con más de 15 años de experiencia en el ejercicio del periodismo en medios tradicionales y digitales.