Escribe: Pia Zevallos, gerente general de Libélula
Los recientes cambios en la política estadounidense relacionada con temas climáticos, nos fuerzan a reconsiderar nuestro papel en la crisis ambiental que enfrentamos. Las consecuencias financieras y organizacionales de estas medidas causarán estragos a corto plazo, pero también surgen valiosas oportunidades en medio de estos retos.
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Hoy, las organizaciones de la comunidad climática global nos planteamos preguntas difíciles como: ¿Qué relevancia tienen nuestras acciones ahora, cuando los impactos climáticos son cada vez más graves y afectan a cada sector? ¿Cómo podremos continuar bajo la acelerada degradación de los ecosistemas que no solo sustentan el planeta, sino también nuestras propias bases económicas? Y, más importante aún, ¿Cómo podemos unir esfuerzos y alinear una acción concreta que repercuta en el negocio, solucione problemas reales, genere esperanza e inspire a un sector empresarial dispuesto a abrazar el cambio, incluso ante la gran incertidumbre?
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En medio de esta crisis, descubrimos que todavía hay esperanza, si nos alineamos bajo ciertas prioridades comunes. Tres necesidades se repiten de forma constante. Primero, las empresas necesitan un mensaje de esperanza basado en la acción climática concreta. Ya no basta con hablar de soluciones globales; se deben generar resultados económicos, sociales y ambientales tangibles a nivel local y regional. Segundo, requerimos optimizar nuestras organizaciones, proyectos e iniciativas, y orientarlas hacia resultados e impactos medibles, en menor tiempo. Tercero, la acción en sostenibilidad debe ser liderada por equipos multidisciplinarios de alto rendimiento, capaces de trabajar juntos y crear alianzas que son esenciales para superar los desafíos.
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Al mismo tiempo, conceptos erróneos comunes que frenan la acción empresarial necesitan ser derribados. El primero es asociar la atención a esta crisis real y científicamente comprobada, a una agenda política. El segundo es pensar que la mejora gradual e impulsada desde el Estado generará un cambio real; la integración de la sostenibilidad debe formar parte del mercado para efectos tangibles y duraderos. Esto lo resalta la Universidad de Cambridge, destacando que las empresas no deben esperar a los gobiernos. Y finalmente, el mito que la sostenibilidad no exigiría sacrificios: toda transición tiene su costo, pero postergarlo solo lo incrementará.
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El futuro de la sostenibilidad no se basa únicamente en la reputación corporativa, que se ha convertido en un aspecto vital para la supervivencia empresarial en un entorno global cada vez más desafiante. Este 2025 debe ser el año en que las organizaciones se transformen por impulso propio, antes de ser forzadas por regulaciones. Es hora de movernos de los mitos a la acción y redefinir nuestra forma de operar, impulsando la resiliencia y competitividad empresarial a través de un compromiso genuino con el cambio.
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