
Escribe: Alonso Razzeto, Socio y Managing Partner en McKinsey & Company
En el imaginario de muchos ejecutivos existe la idea de que ser CEO es el resultado natural de un itinerario lineal, casi predecible y que existen guías infalibles para lograrlo. Todo lo contrario.
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El rol más codiciado en el mundo empresarial no tiene una fórmula única y, aunque existen trayectorias comunes, cada una de ellas viene acompañada de retos que pueden obstaculizar incluso al directivo mejor preparado.

Los cuatro caminos y sus riesgos
Existen, según lo especificado en el libro A CEO for All Seasons, de mis colegas Carolyn Dewar, Scott Keller, Vik Malhotra y Kurt Strovink de McKinsey, cuatro caminos, con sus grandes oportunidades y sus riesgos ocultos. El primero de ellos es el del COO. Su fortaleza radica en la eficiencia operativa y en hacer que la organización funcione como un engranaje preciso. El riesgo aparece cuando, ya en la silla de CEO, se mantiene la tendencia a estar demasiado involucrado en la operación. La transición exige un cambio profundo: pasar de ejecutar a influir, de controlar procesos a inspirar visión y cultura.
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El segundo camino es el del Divisional CEO, aquel que dirige una unidad de negocio y compite por recursos y talento dentro de una organización mayor. El desafío aquí es seguir operando con mentalidad de territorio propio, descuidando la visión global. Convertirse en CEO implica dejar de luchar por una división para comenzar a liderar la empresa completa.
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El tercero es el del CFO, un perfil muy valorado por su disciplina financiera y su capacidad para administrar riesgos. El problema aparece cuando el enfoque en la protección del capital se convierte en un límite para la ambición estratégica. Un CEO no puede limitarse a evitar pérdidas, necesita apostar por nuevas oportunidades y contar una narrativa que conecte. Los CFO que prosperan en la cima son aquellos que desarrollan audacia estratégica y habilidades de comunicación que inspiran, más allá del dominio de los números.
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El cuarto camino es el de los Leapfrog Leaders, ejecutivos que ascienden al máximo cargo desde posiciones distintas a la alta dirección. El desafío está en la falta de exposición al board y en la dificultad de pasar de expertos profundos a generalistas estratégicos. Para tener éxito, estos líderes deben construir experiencia transversal de manera anticipada y buscar desafíos que pongan a prueba su capacidad de liderazgo en contextos de gran visibilidad.
Cómo ser un candidato fuerte
Lo que diferencia a los futuros CEO es la manera en cómo se preparan. Un primer paso es realizar una autoevaluación brutalmente honesta. Preguntarse si se está preparado para liderar en medio de la ambigüedad, inspirar equipos y soportar el peso de una empresa completa es indispensable antes de aspirar al cargo.
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El segundo paso consiste en elevar la perspectiva sin descuidar los resultados actuales. Ser excelente en el rol presente es apenas el punto de partida. Lo que distingue a un candidato sólido es la capacidad de mirar más allá de su función.
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Finalmente, un tercer paso es redondear el perfil con humildad. Ningún ejecutivo llega al cargo con todas las habilidades resueltas. Los más fuertes son los que identifican sus brechas y las trabajan de manera anticipada. Prepararse para ser CEO implica reconocer que el aprendizaje nunca se detiene.
No es una línea recta
Más que obsesionarse con el camino, lo más relevante para que cualquier ejecutivo se convierta en un CEO dinámico y exitoso es forjar una mentalidad de preparación constante y autocrítica. Aquellos que se convierten en candidatos verdaderamente fuertes son aquellos que combinan propósito, resultados y capacidad de aprendizaje.
En última instancia, lo que importa es cómo logran cerrar sus brechas, cultivar la influencia y demostrar que pueden liderar la empresa completa… y no tanto de dónde provienen.







