
Escribe: Omar Mariluz Laguna, director periodístico
Machu Picchu no está en riesgo de derrumbarse por un terremoto ni por la erosión del tiempo. Lo que lo está desmoronando es algo mucho más mundano: la codicia y la ineptitud. El santuario más visitado del Perú se ha convertido en un botín disputado por mafias locales, autoridades regionales y burócratas del Gobierno central. Un botín de millones de dólares que se reparte a codazos, dejando al Cusco en ruinas económicas y reputacionales.
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Los bloqueos recientes son solo el capítulo más escandaloso de esta novela. Cinco días de accesos cerrados fueron suficientes para ahuyentar turistas, provocar cancelaciones masivas y dejar pérdidas millonarias. Pero lo peor no es la cifra —que ya asusta—, sino el mensaje: que Machu Picchu puede ser secuestrado cuando a alguien se le ocurra poner piedras en el camino. Literalmente.

En medio del caos, apareció el gobernador del Cusco, Werner Salcedo, demandando al Ministerio de Cultura para quedarse con la administración del santuario. Su argumento: que Lima lo ha gestionado mal. Y puede que tenga razón, porque ni Cultura ni el Mincetur han mostrado liderazgo alguno. Pero la pregunta es otra: ¿qué sabe Salcedo de turismo, de patrimonio, de manejar un flujo internacional de visitantes? La respuesta la dio Juan Stoessel, vicepresidente de la Cámara de Turismo del Cusco: nada. Lo que sí sabe es cuánto mueve la caja: más de 240 millones de soles al año en boletos. Un manjar demasiado tentador para dejarlo pasar.
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Lo más trágico es que el Gobierno central tampoco se inmuta. El ministro de Cultura enfrenta una moción de censura, pero más por ser el rostro visible del desastre que por alguna decisión concreta. Mientras tanto, la ministra de Comercio Exterior y Turismo parece una turista más, invisible en esta trama. Entre unos y otros, Machu Picchu se hunde en la informalidad, el desgobierno y la improvisación.
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Los gremios privados han propuesto soluciones sensatas: declarar el santuario como activo crítico nacional, blindarlo con una agencia autónoma que lo gestione con criterios técnicos y garantizar seguridad real frente a los bloqueos. Pero en el Perú esas palabras suenan a ciencia ficción. Aquí, la lógica es otra: primero se reparten la torta, luego vemos si queda algo para arreglar el plato roto.
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Si nada cambia, lo que está en juego no es solo el orgullo de tener una maravilla mundial. Es el futuro económico del Cusco, que ya habla de recesión al 2026, y de miles de empleos que no se recuperan desde la pandemia. La tragedia es que Machu Picchu, símbolo de resiliencia histórica, termine reducido a moneda de cambio en el mercado más vulgar de todos: el de la corrupción y la ineptitud.

Magíster en Economía, diplomado internacional en Comunicación, Periodismo y Sociedad, estudios en Gestión Empresarial e Innovación, y Gestión para la transformación. Cuento con más de 15 años de experiencia en el ejercicio del periodismo en medios tradicionales y digitales.