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Una de las pocas reformas electorales que sí había avanzado en la última década –a través de más de un cambio normativo– buscaba mejorar los estándares de democracia interna en los partidos políticos, de modo que se asegurara que estos escogieran candidaturas con un mínimo de legitimidad. En vez de eso, lo que siempre había ocurrido es que las cúpulas designaban las candidaturas prácticamente a dedo, lo que ha facilitado que los partidos inscritos sean utilizados como cascarones de intereses privados en lugar de verdaderas instituciones políticas representativas.
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El año pasado, el Congreso retrocedió en parte importante de estos avances cuando eliminó las elecciones ‘primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias’ (PASO). Si bien este modelo no estaba libre de críticas, al menos era en la práctica una solución al problema que permitía la regla previa –la elección por delegados–: que las cúpulas de los partidos sean las que definan las candidaturas. En cambio, se obligaba a que las candidaturas sean definidas por la ciudadanía. Lamentablemente, el año pasado, el Congreso volvió a permitir la elección por delegados como alternativa a organizar elecciones primarias, con lo que volvió a abrir la puerta a las designaciones a dedo.
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Como si esto hubiese sido poco, recientemente se ha estado moviendo en el Congreso un proyecto de ley presentado por el congresista Juan Burgos, de Podemos Perú. De aprobarse, esta iniciativa volvería a abrir la puerta a que los partidos políticos designen discrecionalmente a uno de los integrantes de su plancha presidencial, así se trate de personas ajenas al partido y que no hayan participado en el proceso de democracia interna. Como se recuerda, dicha posibilidad fue prohibida hace varios años, para incentivar la militancia partidaria y fortalecer así la institucionalidad de los partidos.
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¿Cómo se cree que nos ve el resto del mundo si constantemente aprobamos nuevos requisitos para participar en las elecciones que luego eliminamos poco antes de que puedan aplicarse por primera vez? Pasó con las primarias y podría pasar ahora con la posibilidad de incluir a invitados en las planchas presidenciales. Y por qué no, quizá también con la norma que prohíbe modificar las reglas electorales un año antes de la elección. ¿Qué garantía tenemos de que no quieran luego cambiar también esa regla?
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Para sumar a los problemas, de aprobarse el proyecto de Burgos, podría abrirse una nueva puerta para la postulación de Antauro Humala, quien ya parecía estar fuera de carrera. Igual que él, además, se abriría una puerta falsa para la entrada de nuevos intentos caudillos. De ‘outsiders’ carismáticos que logren al menos captar suficientes votos para que el partido tenga congresistas. Ganarían, qué duda cabe, los partidos inscritos. Y otra vez, está claro también, quien perdería sería el país.
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