
Escribe: Guillermo Boitano, director de la Carrera de Economía de la Universidad de Lima
Nos acercamos al cierre del 2025 y el Perú muestra un conjunto de señales macroeconómicas que invitan a un optimismo prudente. En efecto, Moody’s Analytics elevó su proyección de crecimiento y ubica a la economía peruana en 3.3 % para el 2025, por encima del promedio regional (2.3 %) y solo detrás de Argentina entre los principales países analizados.
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Los factores que explican este desempeño son, entre otros, una baja inflación, mejores precios del cobre y el comportamiento del sol peruano, que se ha convertido en un protagonista regional. Distintos analistas lo destacan como una de las monedas más estables de América Latina en lo que va del siglo XXI, con una apreciación sostenida durante 2025.

Si bien el panorama es positivo, siempre hay un “pero” que merece atención. Tres riesgos principales podrían erosionar parte de estas ventajas: la inseguridad y el avance de la economía ilegal, la inestabilidad política y los obstáculos a la inversión. En este contexto, conviene priorizar la credibilidad fiscal —manteniendo reglas claras y una trayectoria de deuda acotada—, preservar la independencia del Banco Central de Reserva del Perú (BCR), destrabar inversiones (especialmente en minería e infraestructura), establecer políticas focalizadas contra el crimen y los mercados ilegales, simplificar regulaciones para fomentar el empleo formal y promover el respeto a la institucionalidad.
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En cuanto a la inestabilidad política, hemos asistido a un nuevo cambio de presidente a través de una vacancia promovida por el Congreso, lo que representa un incremento del riesgo político y social. ¿Cómo podría afectar esto a la estabilidad macroeconómica del país?
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Nadie puede prever con exactitud qué decisiones tomará este gobierno temporal. Sin embargo, desde el Observatorio Económico, Financiero y Social de la Facultad de Economía de la Universidad de Lima, se recomienda evitar medidas que incrementen el gasto fiscal —y, con ello, el déficit—, el endeudamiento, la informalidad o el deterioro de la ya debilitada institucionalidad del país. Como muestra la experiencia histórica, la volatilidad del tipo de cambio aumenta en los periodos previos a los procesos electorales, algo que no debería sorprender a nadie. Esta volatilidad podría intensificarse si el presidente interino o el Congreso modifican las variables antes mencionadas, lo que podría comprometer la estabilidad alcanzada.
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Aunque suene reiterativo, los problemas estructurales del país no son recientes. Son dificultades que no se enfrentaron cuando se debió, pese al impulso de las transformaciones iniciales. Nos desviamos del camino del cambio y nos dormimos en nuestros laureles. Nuestros líderes, obnubilados por el poder, dejaron de lado al Perú.
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¿Podemos regresar al camino correcto? Ya no depende solo de los actores políticos, sino también de nosotros, los ciudadanos, que compartimos la responsabilidad desde el momento en que elegimos a nuestras autoridades. ¿Lo lograremos? Ojalá que sí.