
Escribe: Moisés Navarro Palacios, editor de Opinión de Gestión
La Unión Europea atraviesa un momento de presión externa e introspección estratégica. A pocos días del inicio de agosto, el bloque enfrenta potenciales nuevas barreras arancelarias de Estados Unidos –impulsadas por la administración de Donald Trump–, lo que reconfigura su agenda económica y geopolítica. Ante ello, lo sensato sería considerar la diversificación de sus relaciones comerciales y de inversión, sobre todo en regiones como América Latina, donde los vínculos históricos y culturales existen pero podrían tener una articulación más profunda y sostenida.
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Tuve la oportunidad de participar hace algunas semanas, junto con otros periodistas de la región, de varias reuniones con funcionarios de la UE en Bruselas, organizadas por el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE-EEAS). La sensación que dejaron esas conversaciones fue de una disposición creciente hacia la región, aunque aún sin una estrategia concreta ni priorización específica de países como el Perú. La claridad, hoy por hoy, parece estar centrada en lograr la firma del acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur, una negociación largamente postergada que, de concretarse, absorbería buena parte de la atención del bloque en América del Sur.
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Con todo, el caso peruano tiene argumentos a su favor. Desde la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea en marzo del 2013, el comercio bilateral ha mostrado una tendencia positiva. Entre el 2010 y 2024, el valor de las exportaciones peruanas al bloque pasó de 6,271 millones a 8,236 millones de dólares, con una participación destacada del sector agrícola. Por su parte, las importaciones desde la UE también crecieron, consolidando una relación comercial que ha beneficiado a ambas partes.
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No obstante, en el ámbito de la inversión, los últimos años han traído señales mixtas. Europa sigue siendo un inversor relevante en el país: al 2020, mantenía un stock de Inversión Extranjera Directa (IED) de casi 15,000 millones de dólares. Sin embargo, se han producido salidas notorias. Enel vendió sus activos de generación eléctrica y distribución en Perú durante el 2023 y 2024. Telefónica, por su parte, ya concretó la venta de su operación en el país. Estas decisiones corporativas no son solo ajustes internos: podrían reflejar una pérdida de terreno de Europa frente a otros bloques más agresivos.
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Aun así, se perciben nuevos impulsos. El Banco Europeo de Inversiones (EIB) ha retomado con más fuerza su presencia regional, y en el caso peruano impulsa un proyecto para la mejora de la gestión del agua potable en zonas urbanas, alineado con los objetivos del Global Gateway, que busca promover inversiones sostenibles. Además, Perú forma parte del proyecto de interconexión eléctrica andina que incluye también a Ecuador (donde el EIB es una de las instituciones que evalúa financiarlo), y que busca fortalecer la integración energética entre ambos países. Esta línea de acción responde a un patrón claro: priorizar sectores estratégicos (energía, agua, infraestructura) donde Europa pueda ofrecer financiamiento, tecnología y estándares ambientales más exigentes.
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No es menor el hecho de que los europeos hayan identificado también los desafíos regulatorios y logísticos que implican el ingreso a su mercado. Un ejemplo es la norma europea de deforestación cero, que establece criterios estrictos para la importación de productos que puedan estar asociados con deforestación. Aunque su objetivo es loable, su implementación ha generado preocupaciones entre exportadores peruanos de café y cacao. Percibí que hay una conciencia por parte de la UE sobre los desafíos que ello implica para economías como el Perú. Recordemos que la entrada en vigor dicha norma ya se postergó una vez.
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En paralelo, hay cierta inquietud latente –o al menos interés relevante– sobre la creciente influencia de China en el Perú. Desde infraestructura hasta energía, pasando por minería y puertos, el avance de las empresas chinas ha sido notable. Desde la UE lo observan con cautela, tal vez porque sus procesos son más lentos y sus normativas más exigentes los ponen en desventaja frente a los mecanismos de inversión directa, rápida, y de amplias espaldas financieras que tiene China. Esto refuerza la idea de que, si Europa desea incrementar su presencia en países como Perú, deberá ser más ágil, más pragmática y más directa en su relación.
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Lo que menciona el internacionalista Alejandro Deustua en una reciente columna publicada en este diario es especialmente pertinente. La decisión de los miembros de la OTAN de elevar su gasto en defensa –hasta en 5% del PBI– podría generar tensiones fiscales internas que lleven a países europeos a buscar mayores ingresos por exportaciones. Al mismo tiempo, las barreras impuestas por Estados Unidos obligarán a repensar los flujos comerciales tradicionales. En ese contexto, la región latinoamericana podría volverse más relevante, pero solo si logra evidenciar las oportunidades y si Europa decide comprometerse con algo más que buenas intenciones.
Así, los espacios de colaboración existen. Pero requieren una mayor claridad de parte del bloque europeo y un liderazgo más visible por parte del Estado peruano. Hoy, el terreno parece favorable: hay interés, hay canales abiertos, y hay necesidad mutua. Lo que falta es voluntad política real para que ese interés se transforme en acción.

Editor de Opinión del diario Gestión. Cuenta con más de 10 años de experiencia en el rubro. Estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM).