
Escribe: Enrique Castillo, periodista.
En el Ejecutivo y en el Congreso se han venido tramitando últimamente una serie de pedidos que muy probablemente satisfagan sobremanera a quienes los han presentado, pero que generan mucho malestar en la población. Muchas veces ese malestar no deviene de lo que se pide, sino de la oportunidad en la que se pide y de cómo se pide.
La presidenta de la República salió con su gusto de obtener la autorización para viajar a Niza a una cumbre de los océanos, y nos dice que ese viaje va a ser muy importante para evitar que el plástico inunde nuestro mar. También ha dicho que va a defender las 200 millas del mar de Grau.
LEA TAMBIÉN: El papa León XIV y la realidad peruana
Todos sabemos que los viajes son una debilidad de la mandataria, porque le permite gozar de aquello que carece en su propio país: atención y glamour. Y lo sabe también el Canciller, que trata de mantener contenta a la jefa de Estado promoviéndole nuevas rutas y desviviéndose para que el Congreso le dé la autorización.
Nadie podría oponerse a un viaje de la jefa de la diplomacia, si esa jefa realmente dirigiera la política exterior; si esa diplomacia tuviera objetivos muy claros; y si la política exterior del país tuviera un plan bien estructurado y acorde con nuestros intereses geopolíticos. Pero nada de eso se ve en el horizonte, ni se puede ver tampoco resultados de los viajes que la delegación presidencial realiza.
LEA TAMBIÉN: Encuestas y alianzas
¿Cuál va a ser la tesis peruana en la cumbre de los océanos?, ¿cuál va a ser nuestro aporte real a esa cumbre?, ¿en el marco de qué política se inscribe este viaje y quiénes son nuestros aliados en esa cumbre? Decir que se va a asistir a Niza para que no haya más plástico en el mar, o que se va a defender las 200 millas, no es algo cautivador o visionario. Pueden ser las frases de cualquier ambientalista o de cualquier político en campaña.
Lo que está en juego en esa cumbre es mucho más que el plástico en el mar, y la Cancillería lo sabe. Como es mucho lo que se juega en una relación con Bolivia, a donde la presidenta también seguro querrá ir al haber recibido la invitación.
LEA TAMBIÉN: ¿Despertó el Congreso?
Lo mismo ocurre con la relación de los Estados Unidos de Donald Trump, a donde la presidenta quiere ir a como dé lugar, aunque no ha recibido ninguna invitación oficial.
Los congresistas, por su parte, vienen aprobando todo lo que les beneficia, ya casi sin límite ni reserva, pero le niegan a los alcaldes y gobernadores la posibilidad de que se les apruebe la reelección, por ejemplo. Tal parece que los congresistas sólo quieren ser ellos los únicos beneficiarios de las aprobaciones.
Aprobar que los congresistas pueden hacer campaña electoral en su beneficio, y para obtener la reelección, en la semana de representación, excede muchos límites.
Los congresistas no son como cualquier funcionario público, eso es cierto. Se les elige para que, en representación de sus partidos y de sus bancadas, hagan política, y contribuyan, desde sus postulados e ideas, a realizar una labor política e influyan, negocien (en el buen sentido de la palabra y de manera transparente y abierta), y generen consensos, desde sus perspectivas, para la elaboración de leyes, en el equilibrio de poderes, en las tareas de fiscalización, y en el manejo de la cosa pública.
Hacen política todo el tiempo, y está bien. Deben hacer tareas de docencia y comunicación política, también. Deben hacer campañas políticas relacionadas con sus labores legislativas y desde su posición de oficialismo o de oposición, también. Para eso se les ha elegido. Para eso han recibido el voto de sus electores a quienes ellos se deben.
Pero una cosa es hacer política desde el Congreso, y desde su perspectiva y posición política, y otra muy distinta es hacer campaña electoral para beneficio propio de una reelección, con todas las posibilidades que les ofrece el Congreso de la República.
LEA TAMBIÉN: Un seguro para la presidenta
No se puede comparar la labor política como congresistas, con el trabajo proselitista de una campaña electoral para lograr una reelección. No se puede equiparar el uso de los recursos públicos que ofrece el Parlamento para el desarrollo de la labor parlamentaria; con el uso de los recursos del Estado para financiar campañas electorales personales.
Los congresistas tienen una serie de ventajas que no tienen los demás ciudadanos que postulan a un cargo público. Los parlamentarios tienen exposición pública permanente ante los medios de comunicación y ante el país. Tiene la posibilidad de viajar por todo el territorio con recursos del Estado. Tiene influencia y poder político en sus regiones y en el ámbito nacional. Tiene oficinas, personal, seguros, movilidad y seguridad pagada por todos los peruanos, porque a ellos no les cuesta. De tal manera que en desventaja no están.
Por todo ello, si quieren hacer campaña electoral, que la hagan con su plata o la de su partido. Que se eliminen las semanas de representación y los gastos que de todo ello se derive. Que su campaña les cueste su plata.