
Escribe: Jorge Beingolea, Director de Soluciones de Portafolio en Credicorp Capital Asset Management
En las últimas semanas, Donald Trump ha intensificado sus intentos por llenar el comité que establece la política monetaria en la Reserva Federal de miembros leales a él, con el objetivo de instaurar una postura monetaria laxa que le permita estimular la economía de una manera aún más agresiva. El más reciente embate ha sido el despido de Lisa Cook, miembro de este comité, por presuntamente mentir en una aplicación para obtener un crédito hipotecario.
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Así, los mercados han empezado a ponderar más seriamente la posibilidad de que la política monetaria en EE. UU. sea dictada desde el poder ejecutivo: desde el anuncio de la destitución de Cook el 25 de agosto el oro ha rendido 6%, mientras la pendiente de la curva de rendimientos de los bonos soberanos de EE. UU. se ha empinado 0.14% en el tramo entre los 2 y 30 años de madurez. Movimientos de esta magnitud típicamente se dan cuando aumentan las preocupaciones sobre el estatus de la deuda soberana de EE. UU. como activo refugio, pero ¿cuál podría ser más precisamente el impacto de la pérdida de independencia de la Fed? En este ejercicio sirve tratar de dividir los efectos en el mediano y largo plazo.

Mediano plazo: estímulo económico y rally de activos de riesgo
A mediano plazo, el efecto principal seguramente sería un envión a la actividad económica. Desde su asunción, Trump ha sido explícito en su intención de estimular la economía: al ya aprobado plan fiscal multianual intenta ahora sumarle un fuerte impulso monetario.
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En opinión del presidente estadounidense, la tasa de referencia en dólares debería estar en 1% y no en 4.5% como ahora, teniendo en cuenta que la tasa neutral para la economía de EE. UU. se encuentra entre 3% y 3.5% aproximadamente, una tasa al nivel propuesto por Trump sería extremadamente estimulativa.
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En ese contexto, teniendo en cuenta que la economía actualmente se desacelera, pero sigue aún lejos de un nivel recesivo, el efecto sería decididamente reflacionario, con el crecimiento del PBI y la inflación repuntando significativamente.
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A su vez, la repercusión sobre los activos de riesgo —en particular las acciones— sería positiva dado el aumento de liquidez y el ímpetu que la política económica daría a las utilidades de las empresas. Asimismo, podríamos ver debilidad adicional del dólar por un deterioro en el diferencial de tasas con otras monedas y presión al alza en las tasas de bonos soberanos de largo plazo, la cual seguramente la Fed intentaría contrarrestar reanudando su programa de compra de activos.
Largo plazo: deuda creciente y debilitamiento del dólar
En ese sentido, y en una visión de más a largo plazo, veríamos a la Fed tener aún más injerencia sobre la estabilidad económica y financiera de EE. UU., teniendo en cuenta los desbalances que la pérdida de su independencia generaría.
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Luego del desapalancamiento de hogares y empresas visto post crisis 2008-9, mantener las tasas de corto plazo exageradamente bajas llevaría a un aumento marcado y sostenido de los niveles de deuda tanto en el sector público como el privado.
Como se mencionó previamente, si bien esto ayudaría a la actividad en el corto y mediano plazo, a largo plazo generaría una dependencia de la política monetaria laxa que ataría de manos a la Fed, en caso la inflación se desboque.
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Por lo tanto, en ese caso, sería muy probable que a largo plazo se vea un lento deterioro en la percepción del dólar como moneda de reserva global y los bonos del tesoro estadounidense como activo refugio.
Estrategias de inversión ante la incertidumbre
Podríamos concluir entonces que a corto y mediano plazo aumentar posiciones en renta variable sería recomendable si se acentúa la presión sobre la Fed, mientras se empieza a tomar protección de forma más estructural a través del oro y bonos indexados a la inflación y/o de duración corta.