
Escribe: María Antonieta Merino, docente de las universidades del Pacífico y de Lima
El crecimiento económico no se decreta: se construye. Los recientes Nobel de Economía –Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt– coinciden en que el progreso surge del proceso de destrucción creativa, la competencia en el mercado y los incentivos a la innovación.
LEA TAMBIÉN: Perdiendo la razón: Los reparos de Sunat y los criterios del Tribunal Fiscal
Crecer implica permitir que lo nuevo reemplace a lo viejo: ahí radica el proceso de destrucción creativa que impulsa la innovación y la productividad. Ser más competitivos y eficientes requiere que los agentes económicos creen (innoven), que piensen en nuevas formas de producir, comercializar, vender; y que a través de esa innovación sean capaces de ofrecer aquello que el mercado necesita (o lo que es lo mismo, que lo que las sociedades necesitan). Pensemos, por ejemplo, en los retos del cambio climático o la seguridad energética. Las soluciones innovadoras surgirán del colapso o destrucción de procesos “antiguos” que ya no sirven para abordar estos desafíos.

Pero para que ello ocurra, las reglas de juego deben fomentar la competencia, no sofocarla. Sin competencia, los agentes económicos carecen de los apetitos e impulsos que promueven los cambios. Si el statu quo no genera incomodidad para producir algo nuevo o mejorar lo existente, no habrá incentivos para innovar.
LEA TAMBIÉN: Frente al acoso, no seamos solo testigos
Los marcos normativos son un factor importante que suele tender a hacer justo lo contrario. La rigidez de los procedimientos con varios costos y largos pasos y las cargas que pueden imponerse en las normas –algunas de las cuales se superponen, contradicen o generan vacíos que nadie puede resolver– previenen la competencia en el mercado y limitan la innovación.
LEA TAMBIÉN: El costo de la ineficiencia del Estado: la urgencia de recuperar la rentabilidad social
Cada licencia, permiso, registro, trámite o paso adicional en un procedimiento suma tiempo, costos y riesgos. Así, la formalidad deja de ser un espacio competitivo y se convierte en una carga que impulsa a muchos agentes del mercado hacia la informalidad, es decir, se crea un ecosistema donde quienes cumplen la ley compiten en desventaja frente a quienes operan al margen de ella. Como resultado, muere el crecimiento económico.
LEA TAMBIÉN: Suramérica en proceso de restauración
Esta asimetría también limita la innovación: cumplir la ley e innovar bajo parámetros legales alejados de la realidad es costoso; transitar entre la burocracia irrazonable es costoso. En sectores donde las normas no se adaptan a las nuevas dinámicas de los mercados la regulación termina sofocando cualquier intento de mejora. Los emprendedores que intentan introducir nuevos modelos de negocio o tecnologías disruptivas chocan con requisitos pensados para otra era; y cuando innovar es más riesgoso que replicar, la creatividad se apaga.
LEA TAMBIÉN: Legislar sin ley: ¿Hay límites en la interpretación laboral de los tribunales?
La paradoja es que, en gran parte, nuestras normas están diseñadas para el sector formal, pero el país real está compuesto, en su gran mayoría, por sectores informales e, incluso, ilegales, que operan fuera de control. Si queremos fomentar el crecimiento económico debemos atrevernos a destruir lo que ya no nos sirve, incluso si se tratan de marcos legales obsoletos.








