
Escribe: José Ignacio de Romaña, director de IPCH
Durante demasiado tiempo, Sudamérica ha sido vista –y, en muchos casos, aceptada– como la despensa del mundo. Exportamos minerales, alimentos, energía y belleza natural. Pero seguimos siendo vulnerables a los ciclos de precios, a la demanda externa y a una estructura productiva que no refleja ni nuestra riqueza ni nuestro verdadero potencial. Esa realidad debe cambiar. Y cambiará si tenemos el coraje de invertir en nosotros mismos: en nuestra gente, en nuestra infraestructura y en una visión compartida de desarrollo.
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Lo afirmo con convicción: Sudamérica debe dejar de ser solo la despensa del mundo para convertirse en uno de los grandes motores del progreso global. Tenemos todo lo necesario: recursos naturales, talento humano, diversidad cultural y una ubicación estratégica. Lo que nos falta es voluntad política y liderazgo con visión continental.
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En el Perú, un hito reciente demuestra que sí es posible. La inauguración del puerto de Chancay marca un antes y un después: una obra de largo plazo que se alza como la puerta más moderna del comercio entre Asia y el Pacífico Sur. Junto con la modernización del puerto del Callao, la nueva ley de cabotaje y la ley de Zonas Económicas Especiales Privadas, el Perú se posiciona en la línea de partida para convertirse en un nodo clave de redistribución, industrialización y comercio en Sudamérica.
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Pero no basta con mirar al océano. El verdadero desafío es mirar hacia adentro: hacia nuestras tierras, nuestros pueblos, y hacia una integración continental real. La transformación que necesitamos vendrá cuando conectemos nuestras capitales y regiones con trenes de alta capacidad, corredores logísticos, fibra óptica y rutas verdes que integren el continente.
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Sudamérica necesita una red ferroviaria del siglo XXI. Una que una Caracas con Buenos Aires. Que conecte las costas atlánticas con el Pacífico. Que transporte personas, cultura, tecnología e ideas. Que haga competitivo el turismo, que dinamice el comercio interno y que se convierta en símbolo de unidad y acelerador de prosperidad para toda la región.
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Un caso emblemático es el del turismo. El Perú concentra la historia cultural de América, con costa, sierra y selva, y una riqueza gastronómica única. Pero mientras México recibe más de 40 millones de turistas al año, nosotros no llegamos a 4 millones. ¿La razón? No es falta de atractivo, es falta de infraestructura. Una red ferroviaria moderna conectaría regiones, abriría nuevos destinos y sería el inicio para convertir al Perú en la potencia turística que ya está llamada a ser.
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El presidente Xi Jinping escribió: “Los trenes son caminos hacia la prosperidad de las naciones”. Coincido plenamente. Si apostamos por esta visión, el Perú no solo puede iniciar una etapa de crecimiento económico sostenido, sino también convertirse en la chispa que despierte el enorme potencial de la integración sudamericana.
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Empecemos por casa: anunciemos un tren medular que una Tumbes con Tacna, un tren transversal que conecte la Amazonía con la costa, dentro de un plan sólido de largo plazo que trascienda a los gobiernos de turno. No tengo dudas: Ecuador se sumará por el norte, Chile y Bolivia por el sur, y Brasil extenderá sus líneas hacia el Perú. Así, le pondremos verdaderas venas de comercio, logística y conexión a este continente bendito.
Sudamérica no está destinada a ser un espectador en la periferia del desarrollo. Está llamada a liderarlo. Y el momento de actuar es ahora.