
Escribe: María Julia Sáenz, socia líder de Tax & Legal de KPMG en Perú
(26 de marzo del 2025) Corría el año 2011, cuando el 22 de diciembre fue publicada la Ley 29816 denominada Ley de fortalecimiento de la Sunat. En el artículo 9 se señala que el cargo de Superintendente Nacional es designado por el presidente de la República, con acuerdo del Consejo de Ministros, a propuesta del Ministro de Economía, por un período de cinco años. Culminado su período, puede continuar en el ejercicio de sus funciones hasta que se designe sucesor. Preveía también dicha disposición, el caso de renuncia del titular antes del vencimiento del plazo previsto, estableciendo la necesidad de nombrar un reemplazo para concluir el mandato original.
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Para quienes transitamos por el mundo tributario ya por algunas décadas, esta disposición fue muy celebrada, ya que le daba estabilidad a la institución y la posibilidad de sostener reformas relevantes. El efecto inmediato de la disposición nos dio el liderazgo del siguiente superintendente por cuatro años, a quien le sucedió mediante encargatura, un funcionario de carrera con reconocida experiencia estratégica en la Sunat, por dos años más. Habiendo cambiado el Gobierno, se designó nuevamente un nuevo superintendente, quien estuvo a cargo del diseño e inicio de la transformación digital de la Sunat, por dos años más, sucedido por su segundo –con experiencia en el sector privado– por dos años más. Finalmente, antes de la dación de la Ley 29816, el liderazgo de la Sunat fue sostenido por un funcionario de carrera quien estuvo en su conducción por un período estable de cuatro años más.
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La Administración Tributaria no ha sido ajena, lamentablemente, al debilitamiento de las instituciones públicas. Pero este último tiempo de la Sunat en términos de liderazgo sí que ha sido lamentable. Tres superintendentes en menos de un año. En un tiempo en el que hablamos de transparencia fiscal, cumplimiento colaborativo, fiscalidad internacional, tributación y sostenibilidad, transformación digital, inteligencia artificial, transformación del talento profesional, etcétera.
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En este contexto, la necesidad de estabilidad en el liderazgo de la Sunat se torna imperiosa. Solo a través de una jefatura con continuidad se pueden tomar decisiones estratégicas que trasciendan gobiernos y que permitan avanzar en reformas significativas, favoreciendo una cultura de cumplimiento tributario basada en la colaboración y no en la coerción.
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La predictibilidad en la dirección de nuestros organismos tributarios no solo fortalece la gestión de la recaudación, sino que también genera confianza en el ciudadano, quien percibe una administración comprometida con la eficiencia y la justicia fiscal. Es fundamental que volvamos a impulsar y asegurar la permanencia de los líderes de instituciones clave, garantizando así que las políticas y reformas no se vean interrumpidas por cambios frecuentes en la dirección.
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Solo así podremos avanzar hacia una administración tributaria moderna y eficiente, capaz de enfrentar los desafíos actuales como la transformación digital, la fiscalidad internacional y la lucha contra el cibercrimen, con una perspectiva de colaboración y sostenibilidad. La estabilidad en el liderazgo es, sin duda, una pieza clave para alcanzar estos objetivos y construir un sistema tributario más equitativo y eficaz para todos.
