
En la penúltima fila de la tabla periódica de los elementos químicos figuran los lantánidos o “tierras raras”. Estos metales se caracterizan por ser producidos y usados en cantidades minúsculas, pero que son cruciales para un conjunto de bienes de alta tecnología, desde baterías para vehículos eléctricos y generación de energía renovable hasta instrumental médico y armas.
No obstante, lo más relevante es que son suministrados principalmente por China y forman parte de la guerra comercial declarada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
El 4 de abril, en respuesta a los aranceles de Trump, China restringió las ventas a Estados Unidos de siete lantánidos: sus productores tendrán que tramitar licencias de exportación. No es una prohibición, pero podría convertirse en tal.
Hay antecedentes
China ya ha prohibido la exportación de tres metales menos raros —galio, germanio y antimonio— pero esenciales, y ha reforzado los controles de las ventas al exterior de otros. ¿Cuán perjudicial podría ser un embargo de tierras raras?
La historia ofrece pistas. Hace dos años, China restringió las exportaciones de galio y germanio, que son usados en chips, radares y satélites. En diciembre pasado, prohibió las exportaciones a Estados Unidos de ambos metales, así como de antimonio, un metal altamente resistente al fuego.
Desde entonces, los precios se han disparado y el mercado global se ha fracturado. El galio vendido en Occidente es dos a tres veces más caro que el chino, según Jack Bedder, fundador y director de la consultora Project Blue. El ajuste de la oferta aún no causa estragos en Estados Unidos.
Muchos compradores acumularon existencias antes de la prohibición y China no canceló contratos de suministro vigentes, que suelen tener plazos de muchos años; aparte que algo de los metales vedados ha continuado llegando vía terceros países. Una fuente cercana al Departamento de Defensa detecta que no existe pánico relacionado con el galio en el Pentágono.
Trío de problemas
Pero las recientes restricciones impuestas por China podrían causar más daño, por tres motivos. Primero, las tierras raras “pesadas” que ha escogido para su represalia son las más difíciles de sustituir. El disprosio y el terbio regulan la temperatura en imanes que accionan turbinas eólicas marinas, aviones y naves espaciales.
“Mientras más grande sea el motor, se necesitará una tierra rara más pesada”, sostiene Ionut Lazar, asesor principal de la consultora CRU. Los otros cinco metales con exportación restringida a Estados Unidos son cruciales para chips de inteligencia artificial. Algunos también son usados para escáneres de imágenes de resonancia magnética, láseres y fibra óptica.
El segundo motivo es que China es más dominante en la producción de tierras raras pesadas que en la de tierras raras ligeras, y controla la mayor parte de su extracción, tanto internamente como en Myanmar.
Además, procesa el 98% del material extraído. Al igual que la mayoría de elementos químicos, las tierras raras pesadas no existen en estado puro en la corteza terrestre. Y a diferencia del galio o el germanio, no son subproductos de la fundición de metales producidos masivamente como el aluminio o el zinc.
En otras palabras, las tierras raras pesadas tienen que ser separadas de los componentes químicos de los que forman parte, recurriendo a destrezas especializadas e intensa labor, a cambio de cantidades ínfimas de producto final.
Lo ve todo
Esto agrava el tercer problema: China posee herramientas potentes para imponer prohibiciones. Su Gobierno puede rastrear cada tonelada de tierra rara extraída y procesada internamente, y puede localizar su destino final, señala Ryan Castilloux, analista jefe de la investigadora de mercados Adamas Intelligence.
El Gobierno chino también monitorea la demanda de empresas alrededor del mundo, de modo que sus funcionarios pueden detectar si alguna podría estar importando más para reexportar a Estados Unidos.
“Podría haber mucho daño colateral (si China arremetiese), porque estaría interesada en cerrar filtraciones”, precisa Melissa Sanderson, especialista en minería y exfuncionaria del Departamento de Estado. Así que frente al riesgo de sanciones, terceros países no se apresurarían en ayudar al Tío Sam.
Por tanto, una prohibición china de su exportación de tierras raras lastimaría a Estados Unidos. Los precios subirían velozmente ya que los compradores comenzarían a acumular stocks. Neha Mukherjee, analista de Tierras Raras de la investigadora de mercados Benchmark Mineral Intelligence, estima que el precio del disprosio alcanzaría US$ 300 por kg (hoy está en US$ 230).
Las empresas tienen existencias, pero probablemente se agotarán en unos meses. Las industrias civiles serán las primeras en sufrir el golpe: las turbinas eólicas marinas dejarían de ser competitivas o de estar disponibles, y las fabricantes de autos eléctricos tendrían que optar por motores más pequeños. Luego le tocaría a la industria militar, sostiene Gracelin Baskaran, directora del Programa de Seguridad de Minerales Críticos del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).
Falta mucho
Estados Unidos aceleraría sus esfuerzos para encontrar suministros alternativos. Hoy, solo posee una mina de tierras raras, en California, pero está desarrollando varias, y patrocinando nuevas minas en Brasil y Sudáfrica. También está recurriendo a la Ley de Producción para la Defensa, promulgada en 1950, durante la Guerra de Corea, para financiar la primera gran planta de procesamiento de tierras raras fuera de China, en Texas.
Sin embargo y al igual que otros países, Estados Unidos carece de la experiencia para transformar tierras raras en imanes de alto rendimiento —cuya exportación también ha restringido China—. Analistas estiman que le tomaría a Estados Unidos de tres a cinco años para construir una cadena de suministro desde la mina hasta los imanes que eluda a China.
Ciertamente, una prohibición de la exportación de tierras raras también perjudicaría a China, dado que destruiría la demanda. El 2010, en medio de una disputa pesquera, China detuvo sus ventas de tierras raras a Japón. Luego de meses de negociación, las exportaciones se reanudaron, pero en el ínterin, las automotrices japonesas diseñaron nuevos vehículos con menor dependencia en tierras raras.
En la presente ocasión, es más probable que China reduzca sus exportaciones de lantánidos a Estados Unidos —a menos que Trump prosiga con su enfoque agresivo—. En ese caso, la confrontación se tornaría realmente desagradable.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez