
Escribe: Omar Mariluz Laguna, director periodístico
El Perú volvió a despertar con un déjà vu político. Otro presidente, otro juramento, otro intento de convencernos de que esta vez sí habrá estabilidad. Pero los mercados no se impresionan con ceremonias. Apenas el Congreso vacó a Dina Boluarte, el costo de asegurar la deuda peruana —termómetro que mide cuán nerviosos están los inversionistas— saltó de 69 a 74 puntos, su nivel más alto en dos meses. No es una catástrofe, pero sí una advertencia: la paciencia del capital extranjero también tiene fecha de caducidad.
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El CDS, indicador que solo se mueve cuando hay miedo, llevaba meses tranquilo. Pero bastó una vacancia más para recordarle al mundo que el Perú vive en modo crisis permanente. Desde el 2020, cinco presidentes han pasado por Palacio de Gobierno. Ninguno logró gobernar; apenas sobrevivieron. Los inversionistas lo saben: no hay cómo planificar un negocio cuando el horizonte político se mide en semanas y los presidentes duran menos que un ciclo académico.

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Las empresas más expuestas ya lo entendieron: están comprando dólares para cubrir importaciones y deudas, anticipando un tipo de cambio volátil al menos hasta abril, cuando llegue la primera vuelta electoral. Y aunque Jerí se presente como un presidente conservador, el temor en los mercados es el mismo: que, como todos sus antecesores, termine cediendo a la tentación populista de gastar lo que no tiene.
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El nuevo presidente no tiene capital político, pero sí una pequeña ventana de oportunidad. Si quiere dejar huella, debe enfocarse en dos frentes: la inseguridad ciudadana y la gobernabilidad mínima. El país se cae a pedazos, y la criminalidad se ha vuelto un poder paralelo. Si Jerí logra coordinar al Congreso, al Ministerio Público y al Poder Judicial —tres instituciones que llevan años funcionando en universos paralelos—, podría al menos darle al país un respiro.
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Pero eso no se logra con un gabinete de laboratorio. Necesita técnicos con calle y políticos con cerebro, gente que entienda que gobernar el Perú no es un experimento, sino una carrera de resistencia. Porque cada ministerio se ha vuelto una trinchera y cada decisión, un campo minado.
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José Jerí no tendrá tiempo para discursos grandilocuentes ni para estrenar traje. Su misión no es prometer el cambio, sino evitar otro incendio institucional. En un país donde los presidentes duran tan poco, la gobernabilidad es el recurso más escaso.
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Si quiere llegar al final de su mandato, Jerí tendrá que formar un equipo con más temple que ego. Porque los tecnócratas sin política duran lo que un decreto, y los políticos sin técnica, lo que un trending topic.
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El Perú ya no necesita más promesas ni gabinetes de PowerPoint. Necesita adultos en la sala. Y, con suerte, un presidente que entienda que no se le pide que salve el barco, solo que deje de hacerle más agujeros.

Magíster en Economía, diplomado internacional en Comunicación, Periodismo y Sociedad, estudios en Gestión Empresarial e Innovación, y Gestión para la transformación. Cuento con más de 15 años de experiencia en el ejercicio del periodismo en medios tradicionales y digitales.