
Escribe: Enrique Castillo, periodista
Al cerrar esta columna, no se sabía si el futuro de Dina Boluarte sería la vacancia o la renuncia. Lo que sí quedaba claro es que, si no se producía la segunda –sobre la cual existían solo rumores–, de todas maneras se contaba con los votos para aprobar con amplitud la primera. La pregunta, en ambos casos, era el cuándo.
En medio de rumores y versiones, siempre caben las hipótesis. Algunos señalaban ayer que las bancadas mayoritarias hicieron el anuncio de apoyar la vacancia para negociar con el Gobierno, y que la caída del gabinete, sumada a promesas de medidas radicales contra el crimen, podía darle más oxígeno a la presidenta.
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En el Perú todo puede pasar, pero lanzarse oficialmente –y por comunicado– a anunciar que se vota por la vacancia para luego negociar y echarse para atrás sería dispararse a los dos pies y “colaborar” muy activamente en confirmar el oficialismo, cayendo estrepitosamente en las encuestas de intención de voto de las próximas elecciones.
Pero seamos claros: a Dina Boluarte no la quieren vacar ahora por su incapacidad para gobernar, porque esa incapacidad no es nueva y se ha puesto de manifiesto de diferentes maneras y todo el tiempo. No la quieren vacar ahora por el fracaso en la lucha contra la delincuencia, porque las cifras y la realidad muestran que ese fracaso lo sufrimos todos los peruanos desde hace mucho tiempo. No la quieren vacar ahora por los disparos en el concierto de Agua Marina, donde hubo cuatro heridos, porque desde hace mucho tiempo se producen disparos, atentados, explosiones y asesinatos, en los que mueren cada día entre seis y diez personas. No la quieren vacar ahora por lo que llaman “terrorismo urbano”.
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No, la quieren vacar porque las bancadas mayoritarias en el Congreso y sus partidos tienen terror del impacto que un evento como el del concierto puede tener en las encuestas preelectorales, en donde vienen cayendo y en las que vienen siendo superados por quienes si se han desmarcado del Gobierno. Saben que una situación como esa, tan mediática, puede hacerles más daño que los choferes asesinados en sus unidades de transporte.
Las mismas bancadas que hoy suman los votos para la vacancia, miraron con poco interés el clamor de la ciudadanía, las marchas de transportistas, así como el paro reciente. Pasó el paro, que fue contundente, mataron a un chofer, incendiaron una unidad de transporte, escucharon a la presidenta decir que no había que responder a los extorsionadores y con eso bastaba, y nadie habló de vacancia. Pero después del concierto, mágicamente aparecieron más de 110 votos. Y después de esto, ya no puede haber marcha atrás, sería fatal para ellos. Oportunismo electoral que le dicen.
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Más bien, hay que preguntarse por lo que viene: ¿fuga?, ¿asilo?, ¿un retiro a casa para vivir del aumento de sueldo? Atrás quedan los discursos y los juramentos de fidelidad y lealtad a la estabilidad. ¿Cuál estabilidad? ¿Cuál será el futuro inmediato y la situación jurídica de Dina Boluarte, y también la de su hermano? Lo más probable es que todavía conserve cierta protección de este Congreso, pero el panorama puede complicarse.
¿Quién será el sucesor o la sucesora? La Presidencia, ahora, puede ser un plato apetitoso o un trago muy amargo. Quienes aspiran a ocuparla –así como una curul en el próximo Congreso– lo pensarán más de una vez, porque pueden chamuscarse. La población exigirá resultados contra el crimen, y en tan poco tiempo no habrá ninguno.
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Son muchas las cosas que deben corregirse si se quiere acometer con decisión la tarea de enfrentar la criminalidad. Y la gran pregunta es si podrán corregirse con este Congreso, que no solo no ha apoyado la lucha, sino que ha generado muchas de las condiciones para que el combate contra el crimen no tenga la contundencia que se necesita.
Si este Congreso cree que puede poner a alguien a quien pueda manipular para que nada cambie, entonces tendremos más de lo mismo, lo que será un búmeran para las bancadas mayoritarias en el Congreso. Llevar adelante esta vacancia ahora será mucho más difícil que si lo hubieran hecho antes, porque tendrán que atender el Gobierno y la campaña.
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Aquellos que le dieron todo el soporte a Dina Boluarte, desde sus bancadas o desde los gobiernos regionales, podrán sentir que toman distancia de ella y que eso les puede servir para su campaña, pero cabe preguntarse si es muy tarde. Lo que sí es claro es que perderán poder en lo que resta de este Gobierno.
¿Esto puede cambiar la composición de las listas de candidatos al Parlamento?, ¿qué partidos recogerán ahora a los ministros o altos funcionarios de este Gobierno que querían ser senadores y diputados?
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Enfrentaremos una parálisis adelantada del Estado. Un cambio de Gobierno a estas alturas, y con ministros y funcionarios que en ocho meses dejarán de tener autoridad, ¿tendrán la capacidad para cambiar el rumbo y hacer que la burocracia se mueva a pesar de los riesgos?
Todo depende de quién acepte asumir un cargo en un ministerio por ocho meses, y quién lidere ese Consejo de Ministros.
