
Paracas es uno de esos destinos donde el sol nunca falta, sin importar la época del año. A veces fulgurante, otras más sereno, pero siempre presente. Aunque en ciertos meses brilla con mayor intensidad, el que encontré hace unos días ofrecía un calor agradable, suficiente para disfrutar sin resultar sofocante. ¿Y los vientos? Su fama está bien ganada y su carácter indomable se hace sentir, sobre todo por las tardes, pero lejos de arruinar la experiencia, añaden un sello especial que no interfiere con los planes.
Llegamos con motivo del 50 aniversario de la Reserva Nacional de Paracas, área natural protegida en Ica que resguarda ecosistemas marinos y desérticos de enorme riqueza. Entre sus protagonistas se encuentran los lobos marinos, pingüinos de Humboldt, aves migratorias y una vasta diversidad de peces. Creada para preservar su flora, fauna y el valioso patrimonio cultural de la antigua civilización Paracas, la RNP se ha convertido en uno de los destinos turísticos más visitados del país. Su atractivo es tal que, solo en lo que va del año, ya ha registrado más de 400 mil visitantes; es decir, superó el número de visitantes que recibió en todo el 2019, antes de la pandemia.
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Pero así como acumula avances, enfrenta también grandes desafíos. El cambio climático se manifiesta cada vez con más fuerza en su ecosistema marino, mientras los oleajes anómalos limitan la actividad pesquera de la zona. En ese contexto, ha nacido una estrategia que busca conectar de manera más cercana al turista con los pescadores locales, transformando esa relación en una experiencia que promete convertirse en la gran novedad de la RNP desde el próximo verano. Pero de ello hablaré más adelante.

Aves migratorias, un aeropuerto natural
El recorrido inició temprano, en el sendero Sumaq Pisqukuna Pawariq, un nombre quechua que celebra el vuelo y la belleza de las aves. El ingreso fue peatonal, y tras una breve caminata, llegamos al mirador desde donde se descubre el valor de los humedales de Paracas. Estos espacios actúan como estaciones de descanso para aves migratorias que recorren miles de kilómetros cada año.
De hecho, la Reserva contribuye a que el Perú sea líder mundial en diversidad de aves, con más de 1,800 especies registradas. En este rincón, entre el desierto y el mar, pueden coincidir hasta 80 especies distintas durante las temporadas de migración, entre ellas flamencos, rayadores y aves playeras.
Ciencia y conservación
El Centro de Interpretación de Paracas resulta un punto de referencia para los turistas que llegan cada día desde distintas partes del mundo. Allí se expone con claridad la misión de la reserva: conservar más de 335,000 hectáreas, 65% mar y 35% desierto costero, que convierten a este espacio en un ecosistema único en la región.

El 50 aniversario fue la excusa para mostrar los resultados de décadas de trabajo. No todo fue visible al público. Por ejemplo, excepcionalmente me permitieron llegar hasta Punta Arquillo, una zona cerrada al turismo desde el terremoto de Ica en 2007. Ese acceso restringido, reservado solo para investigadores, fue un privilegio temporal. Desde esa ubicación contemplé lobos marinos descansando sobre rocas oscuras, un casual recordatorio de lo que significa mantener espacios libres de la presión turística.
Los datos son contundentes. De acuerdo con los censos recogidos por el Programa de Monitoreo Marino Costero de Camisea, este 2025 se han registrado en la isla San Gallán -a la que no ingresamos-, 1,137 pingüinos de Humboldt y más de 22,300 lobos marinos finos y chuscos, que son especies indicadoras del estado de salud del ecosistema.
Cabe señalar que Camisea respalda la conservación en Paracas mediante el Fondo Paracas, con US$ 7 millones destinados a vigilancia marina y al mencionado programa, que desde hace dos décadas aporta datos clave sobre agua, sedimentos y biodiversidad, incluyendo especies como lobos marinos y aves de San Gallán.

Gastronomía que cuenta historias
En Yumaque, una playa donde se fusionaron gastronomía y conservación, la Asociación Herencia presentó la llamada “pesca del día”, un concepto que se entiende de inmediato como una apuesta por la sostenibilidad. El pescado servido provenía de una captura reciente realizada por pescadores artesanales que, además de ganarse la vida en el mar, hoy cumplen un rol vital como guardaparques voluntarios comunales.

El jefe de la Reserva Nacional de Paracas, Gonzalo Quiroz, lo resumió durante nuestra conversación. “Son nuestros ojos en el ecosistema marino. Pescan de día, de noche, al amanecer, y gracias a ello nos alertan de cualquier actividad ilegal. Tenemos más de 150 guardaparques comunales reconocidos, con chalecos, fotocheck, todo formal. Ellos protegen junto a nosotros la riqueza de la reserva”, mencionó.
De hecho, en Paracas más de 30 familias pesqueras participan en este esquema de vigilancia participativa. En coordinación con el Sernanp y el apoyo de convenios privados, se organizan patrullajes que garantizan el cumplimiento de acuerdos de conservación.

Aliados por la conservación
La tarde me llevó al encuentro de Gregorio Huamaní, artesano de la asociación “Quipo de Paracas, sueños del mar”. Bajo el sello Aliados por la Conservación, Gregorio transforma su pasión en piezas inspiradas en la reserva. Sus trabajos se comercializan con una certificación oficial que asegura su origen responsable y un aporte directo a la sostenibilidad.
En total, cerca de 300 familias en la zona encuentran en la gastronomía, la artesanía y el turismo un camino hacia el desarrollo sostenible. Conocer a Gregorio fue descubrir que la conservación no se limita únicamente a los científicos o guardaparques, sino que también se desarrolla en quienes trabajan, día a día, los recuerdos que los turistas se llevan a casa.

Turismo vivencial, la gran apuesta
En cerro Lechuza conocí a “Chicoca”, pescador artesanal convertido en guardaparque voluntario. Con humor y cercanía, compartió sus anécdotas de pesca y patrullajes nocturnos, uniendo tradición y la defensa de la biodiversidad en el mismo relato.
Más tarde, Gonzalo Quiroz me contó la estrategia que impulsa la reserva: el turismo vivencial. “Se trata de actividades económicas para que el pescador, cuando no salga a pescar, tenga un ingreso económico alterno. ¿Cómo lo estamos trabajando? A través de una experiencia en el sector de Rancheríos, una caleta de pescadores donde hemos implementado una asociación de turismo”, detalló.
“Queremos que el visitante conviva con el pescador. Que salga en embarcaciones artesanales, que aprenda cómo se pesca con cordel y nylon, que deguste lo que el mar entrega ese mismo día. Y que acampe en la caleta, a 40 minutos de la reserva, donde también podrán avistar flamencos y hacer trekking”, añadió Quiroz.
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Explicó que la propuesta no busca ser un simple paseo turístico. Se plantea como una medida de adaptación al cambio climático. Cuando los oleajes anómalos impiden a los pescadores salir a faenar, esta alternativa les permitirá mantener ingresos a través de experiencias con visitantes. Reiteró que el plan ya funciona como piloto y se lanzará oficialmente en el verano de 2026.

La Reserva Nacional de Paracas cumple 50 años como área clave para la conservación y turismo en el Perú. Este aniversario llega con una proyección significativa: cerrar el año con más de 600,000 visitantes, una cifra que confirma su vigencia como destino de naturaleza y conocimiento frente a los desafíos del cambio climático. Cincuenta años después, proteger el mar y el desierto sigue siendo tan urgente como posible.