
En un país donde la música se consume más que nunca pero la industria sigue en construcción, la producción musical es un acto de fe y estrategia.
La evolución del oficio, la llegada de las plataformas digitales y los retos económicos de cada región, son los principales cambios que enfrenta esta industria; al menos en el Perú.
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En los últimos años, Perú ha visto un auge en la realización de festivales y conciertos musicales que también actúan como verdaderos motores económicos, movilizando miles de personas y generando ingresos significativos para diversos sectores. Desde propuestas independientes en la selva hasta megaeventos urbanos en Lima, la música se consolida como una herramienta clave para dinamizar la economía nacional.
Uno de los casos más emblemáticos es el Festival San Juan de Ucayali, celebrado en la Amazonía peruana. En su edición 2023, atrajo a más de 20 mil turistas y generó un impacto económico estimado en S/ 40 millones, según datos oficiales.
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De la sala al escenario: el nuevo mapa del productor
En la última década, la producción musical en el Perú ha experimentado una transformación radical. De los estudios analógicos de antaño, a los home studios, espacios caseros donde nacen desde demos hasta éxitos virales.
José Lindley, productor musical, ejecutivo en Gestión de Derechos Musicales y Music Business, señala que hoy en día con el avance de la tecnología una pequeña inversión puede significar un importante punto de partida.
“Antes tenías que pagar miles de soles para entrar a un estudio profesional. Hoy puedes tener un setup decente en tu cuarto con S/ 3 mil y grabar algo que suena bien en Spotify”, explica.
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“Eso ha democratizado la producción, pero también ha saturado el mercado. Ahora cualquiera puede producir, pero no todos saben cómo hacerlo profesionalmente”, agregó.
El crecimiento del acceso a tecnología ha permitido que nuevos talentos surjan sin intermediarios, pero también ha generado retos: “Hay mucho ‘productor’ que no tiene formación técnica, y eso a veces baja la calidad del producto final. Lo barato sale caro, y muchos artistas lo aprenden con el tiempo”, dice Lindley.
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Géneros con terreno ganado
En el Perú la producción musical se ha concentrado principalmente en algunos géneros. Según José, “el reggaetón, la salsa urbana, la cumbia pop y últimamente el trap son los más rentables”.
“Es lo que más suena en plataformas, lo que más busca el público joven y donde más presupuesto hay”.
Aun así, la diversidad musical del país también tiene espacios: “Hay movidas muy interesantes en el indie, en el rock alternativo, incluso en la música afroperuana contemporánea. Pero son nichos, no masas. El problema es que muchas veces no hay apoyo comercial ni estatal para esos proyectos.”
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Plataformas variadas
Spotify, YouTube, Apple Music y TikTok han cambiado por completo la manera de lanzar música. Para Lindley, son herramientas poderosas, pero también engañosas.
“Puedes tener un tema con 50 mil streams y no haber ganado ni S/ 50. Las regalías en Perú son muy bajas, y además hay mucha piratería. Si no sabes cómo mover tu música con estrategia, no te va a dar ingresos reales”, explica.
El modelo de negocio actual obliga a los productores a hacer más que solo música: “Tenemos que aprender a distribuir, a mover redes, a subir metadata, a entender el algoritmo. Ser productor hoy es también ser marketero y gestor”.
José destaca que las plataformas visibilizan, pero no garantizan ingresos. “El verdadero dinero está en los shows en vivo, en la sincronización para marcas o en la venta directa. Las plataformas son un escaparate, pero el negocio real está en otro lado”.
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¿Es posible vivir de la producción musical?
Lindley lo resume sin rodeos: “Sí se puede, pero es como ser emprendedor. No tienes sueldo fijo, ni seguro, ni CTS. Todo lo que ganas depende de cuánto te muevas”.
En su experiencia, Lindley comenta que ha tenido meses con ingresos de más de S/ 8,000, y otros con apenas S/ 400.
“Vives en modo ‘freelancer’: si no haces nada, no comes. Y si estás enfermo o te cae mal un cliente, te puede costar el mes completo”.
La falta de regulación es uno de los principales problemas: “No hay tarifas mínimas, ni contratos estándar. Todo se negocia por WhatsApp, y muchas veces ni te pagan. Es un sector completamente informal”.
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Retos estructurales
La informalidad es una constante: “Aquí nadie te da boleta. Casi ningún artista tiene RUC. Y si tú como productor quieres formalizarte, los impuestos te matan”, señala.
A esto se suma la falta de formación técnica: “Muchos artistas no entienden qué hace un productor. Creen que solo grabas y ya. No saben cuánto trabajo hay en preproducción, mezcla, edición, asesoría. Por eso regatean precios”.
También denuncia la escasa presencia estatal: “No hay incentivos para la música independiente, ni fondos continuos para producción. Todo lo que hacemos es autogestionado. Si existiera una política pública fuerte, se podrían generar cientos de empleos”.
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Un cambio importante es que los productores ahora también pisan escenarios. “Yo mismo he acompañado a artistas en vivo, haciendo lanzamientos en festivales, tocando en vivo pistas o incluso haciendo DJ sets. Ya no te quedas en la sombra, te vuelves parte del show”, dice Lindley.
Muchos artistas independientes incluso producen sus propios temas, abaratando costos pero también ampliando sus conocimientos. “Eso es bueno, pero hay que saber hasta dónde llegar. Un artista también necesita descanso, y un productor puede llevar su visión a otro nivel.”
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La producción musical en el Perú se encuentra en un punto de quiebre: más accesible que nunca gracias a la tecnología, pero aún atrapada en la informalidad.
Desde sus home studios hasta los escenarios de festivales, la industria musical sigue avanzando y siendo un mercado importante a dónde los inversionistas apuntan.